domingo, 4 de diciembre de 2011

Textos descriptivos

Describir es presentar y esto se hace al principio para que quien lea se familiarice y entre en tratos con la realidad  del texto: personajes, lugares, ambientes, objetos, escenas,…  Pero, aunque la descripción nos remite casi a un ejercicio escolar, requiere un conocimiento tanto léxico como enciclopédico. Para describir con habilidad hay que saber de las palabras, del mundo y de su desorden.
Se suele utilizar la metáfora de la pintura: describir es pintar con palabras (el adjetivo sería el equivalente del color) para hacer visibles en nuestras mentes los matices de la existencia: una única lágrima que resbala y se quiebra en los pliegues de un rostro ajado; dos sonrisas feroces que acompañan a unos ojos sagaces; tres manos corteses que se aprestan para un feliz encuentro,... Los detalles concretos dan realismo al texto.

Para describir se requieren ojos atentos y un claro impulso de observación, casi de ensimismada proyección sobre lo observado. Es, por ello, una habilidad crucial para que nuestros escritos tengan el éxito que necesitamos. Nuestra capacidad de convicción lingüística está fundada, casi más que en nuestras razones, en nuestra pericia para sugerir, mediante detalles seleccionados, todo un estado de cosas. Pero sin confundir describir con explicar.
Como en tantos otros ámbitos de la realidad, el problema reside en dar con la dosis adecuada: el inestable equilibrio. Si por querer ser claros decimos lo evidente y pormenorizamos con afán de exhaustividad, salvo en las descripciones científicas, no estamos apelando a la inteligencia de quienes nos leen. Muy al contrario, hemos de seleccionar y sugerir mediante unos pocos detalles el carácter de un personaje o un lugar. La atención a unas manos nos puede dar una idea más certera de la psicología de un personaje que el propio rostro. Unos objetos deslucidos nos pueden causar una viva impresión sobre la desolación de un lugar. Unas pavesas en el aire pueden lograr mayor dramatismo que una lengua de fuego. No podemos hurtar la información necesaria para el entendimiento ni recrearnos en lo innecesario.

También hay que dosificar la extensión de nuestras descripciones. A veces, luce más dispersar una serie de pinceladas en nuestro escrito que, a la par que permiten visualizar lo dicho, mantienen el ritmo del texto. En general, no  conviene extenderse, salvo que la realidad descrita nos resulte muy ajena. 

El orden es otro factor determinante para el acierto de una descripción. Salvo que se quiera sugerir la sensación de caos, hay que pensar muy bien la orientación que le queremos dar: un orden descendente  en la prosopografía de un personaje; desde lo exterior hacia lo interior para mostrar como los demás nos afectan; desde el detalle a lo general para  revelar la fatalidad de unos acontecimientos.

Asimismo, la justeza y la posición del adjetivo animan e iluminan una representación. El exceso harta y la parquedad no nos engancha. Un buen epíteto (adjetivo explicativo), colocado normalmente delante del sustantivo al que se refiere, aumenta el interés por una expresión. Imaginemos una escena en la que una persona mayor, tras larga ausencia, vuelve a la plaza de los juegos de su infancia y en un momento determinado, el descriptor dice: “Al llegar a la esquina donde estaba la panadería, recordó el delicado sabor de aquellos dulces compartidos. El adjetivo delicado no sugiere igual antepuesto que pospuesto.

 Las secuencias descriptivas cumplen también una crucial misión en el aterrizaje de las ideas. Los discursos abstractos y especulativos, de índole expositiva o argumentativa, necesitan un anclaje en la realidad que nos permitan entender lo que dicen. La existencia concreta, oportunamente descrita, nos hace visibles las ideas. En el discurso educativo, tenemos que echar frecuente mano de narraciones y descripciones que acerquen el conocimiento a las mentes.

Los principales recursos que se suelen utilizar para describir son:
  •   Uso del presente y el pretérito imperfecto, tiempos durativos, en oposición al pretérito perfecto simple del relato.
  •   Yuxtaposición que da un cierto tono de listado a lo descrito.
  •   Enumeraciones ordenadas o caóticas de partes o propiedades. Fijémonos en la justeza con que las siguientes enumeraciones caóticas (pertenecen al texto “Nueve” del libro Veintiún bisontes de Elena Román) reflejan el ambiente mañanero de un bar, la mezcla de personajes e intereses: por un lado los lamentables trasnochadores que no quieren dar fin a su ocio y por otro, quienes madrugan para iniciar desde allí el itinerario de un negocio sin sentido:
El bar, los camareros, el loro que silba en gris, pertenecen a la mañana recién nacida, pero algunos sonámbulos traen los zapatos y la oratoria manchados con restos de la noche anterior. Por ejemplo los dos que discuten al final de la barra: uno con la camisa abierta mostrando una medalla peluda, y el otro con traje y sombrero; uno ultrajando pasos de tango y el otro juntando las manos para rezar, y ninguno de los dos es sincero. Se venden cupones, sueños, churros, parcelas en Marte, y una bayeta acicala ídolos de acero y cristal, y un periódico quiere compartir desde la verdad hasta la mentira aguardando a sus víctimas doblado y aparentemente distraído, expandiéndose cuando una anciana marrón y tachada lo coge para leer esquelas con las uñas. Dice la radio que un hombre ha matado a su mujer y después se ha ido a ver un partido de fútbol. Nada es fácil de entender si nada tiene que entenderse.
  • Comparaciones y metáforas  que, además de ser más expresivas y crear nuevas asociaciones, pueden suplir largas explicaciones. Observemos otro ejemplo de Elena Román; ahora “Seis”:
El carnicero (bata de color blanco sangre, pulso cierto, codos rayados) le pregunta a la señora que estaba primero (voz abuela, abanico contra el pecho, piernas de madera) si hoy prefiere pollo (saco de granos, cuello de flecha, cadáver al peso) o gallina (cadáver de flecha, saco  al peso, cuello de granos), mientras la segunda señora (vestido de flores, sonotone caducado, obeso temblor) huele el mostrador preguntándose qué se va a llevar, si no podrá ni masticarlo. Uno, dos, tres mosquitos (asteriscos con alas, punciones negras, íes tónicas) componen chasquidos difuntos en el halógeno, y una decapitación (zas, zas, zas) sobre la tabla bautiza con vísceras a un nuevo día.
  
  • Hipérboles que exageran y destacan determinados aspectos, frecuentemente con un efecto caricaturesco.
  •   Personificaciones que humanizan el paisaje. Notemos como una oportuna personificación puede darle la vuelta a la feroz y tópica imagen del lobo:
   Con suerte, si esta noche subimos a la Sierra Morena y nos sentamos sobre sus bolos de granito, si nos fundimos con las encinas que forman su tosca vestimenta, podremos ser testigos de uno de los recitales más maravillosos de la naturaleza. Es el lobo que le cuenta secretos a la luna.
            Ernesto es un lobo, el macho dominante de uno de los escasísimos clanes que aún andorrean por una Sierra hecha jirones que le perteneció antaño. Los fríos le dicen al oído que es hora de entregarse a los menesteres de la reproducción. Lola, su compañera, esa a la que llaman la hembra beta, también lo sabe, lo siente en el aire. Y así, Ernesto y Lola, lobo y loba, se alejan de la manada. Buscarán un retiro lejos de miradas indiscretas donde poder dar rienda suelta a su amor lobuno. Y aquí, ese lobo que ocupara páginas negras y malos sueños de pastores serranos, es el más amoroso de entre todos los seres vivientes. Frotarán sus hocicos, brincarán y retozarán como lobeznos, ajenos a casi todo. Y cuando viene el frío, por la mañana temprano, Ernesto y Lola se acurrucan muy juntos en busca de ese calor que, ahora más que nunca, significa la vida.
            En poco más de dos meses, cuando despunten los primeros calores de la primavera, una lobera guarecida bajo un manto de piedra, verá venir al mundo a cinco cachorros negros como el carbón. En el cubil, Lola, madre amantísima, los lame y empuja con ese hocico que fue para pastores y ganado la mismísima encarnación del mal. Desde la entrada, el orgulloso padre echa un último vistazo a sus retoños antes de partir en busca de comida.
                                                                                                        Carlos Castillo Gómez
 
  •   Sinestesias cuyas mezcladas sensaciones resaltan lo artístico.

Suelen caracterizarse distintos tipos de descripciones según la realidad, la finalidad y el punto de vista adoptado.
Según la realidad, se distinguen:
  •   Personas:
o   Prosopografía: descripción física. Veamos como don Quijote hace uso de la hipérbole para ponderar la belleza física de su imaginada Dulcinea:

“Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el mundo sepa que yo la sirvo;  sólo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son de oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas”. 

            Etopeya: rasgos morales o de carácter. 

Retrato: conjunción de prosopografía y etopeya.
 
Caricatura: descripción exagerada de los principales vicios o defectos con intención burlesca. Observemos en el siguiente ejemplo el contraste irónico entre la asturiana cabeza y el real cuerpo de  Maritornes:  

Servía en la venta, asimismo,  una moza asturiana ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta y del otro no muy sana. Verdad es que la gallardía del cuerpo suplía las demás faltas: no tenía siete palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que ella quisiera”.

  •   Lugares: 
o   Topografía: la realidad y las personas pueden estar inmóviles o en movimiento. Suele tener un aire paisajístico.
o   Cronografía: caracteriza una época determinada.
o   Parangón: conjunción de dos descripciones semejantes u opuestas de de personas u objetos.
o   Hipotiposis: descripción viva de acciones y emociones exteriores o interiores.

Según la finalidad:
  • Técnico-científica: lógica y objetiva
  • Literaria: subjetiva y expresiva
Según el punto de vista:
  • Cinematográfica: en movimiento
  • Expresionista: predominan las sensaciones y las intuiciones con un carácter esperpéntico.
  • Impresionista: se centra en las emociones que transmite la realidad.

Entre los principales problemas a la hora de describir, podemos encontrar:
  • Un desarrollo insuficiente o excesivo.
  • Ausencia de orden.
  • Lugares comunes y estereotipos.
  • Repeticiones de verbos como es, está, hay, tiene, …
  • Pobreza léxica, especialmente en el repertorio de sustantivos y adjetivos. No digamos ya de los que apelan a la emoción.
  • Escasa atención a los matices.

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