sábado, 14 de septiembre de 2013

Cómo conjurar la intemperie

Puestos en la necesidad de conjurar la intemperie (sol que achicharra o lluvia que inunda) y ya que no podemos evitar que quienes nos gobiernan y nos construyen la opinión nos cuenten cuentos, más valen aquellos que aleccionan y fortalecen el ánimo que estos contemporáneos y serviles que solo buscan tomarnos el pelo. Comencemos con uno de Nasrudín, ese Mulá (maestro), personaje mítico de la tradición popular sufí:

Un día de invierno, el juez encontró a Nasrudín en el mercado.
—Extraordinario—dijo pensativamente—llevo el más cálido de mis mantos forrados de piel y sin embargo, estoy helado por el viento. Mientras que tú, vestido con harapos, no pareces sentir el frío. ¿Cómo es posible?
—Un hombre que lleva encima toda su ropa no se puede permitir tener frío—contestó Nasrudín”.

Entereza y lección. Como en el microcuento de Augusto Monterroso, el dinosaurio de la crisis va para largo. Despertamos del sueño, caímos en el pasmo y hoy ya no hay quien duerma, no hay quien sueñe. Pero, también sabemos por Borges qué sucede a quien desprecia o ningunea sus sueños. Historia de los dos que soñaron es un cuento de ambientación oriental en el que el cairota Yacub El Magrebí, magnánimo y liberal, pierde todas sus riquezas (menos la casa de su padre) y tiene que trabajar (como nosotros) para ganarse el pan. Un día, rendido por el trabajo, sueña con un desconocido que le dice que vaya a buscar su fortuna en Persia, en Isfaján. Tras afrontar “los peligros de los desiertos, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres” (sobre todo de los hombres), topa en Isfaján con el capitán de los serenos que desprecia tanto el sueño cairota como el isfahaní propio, sin atender a su vínculo. “Bajo la sola fe de su sueño” y tras larga travesía de ida y vuelta, Yacub es recompensado.

Todavía un tercero cuento de ambientación oriental. De Ricardo Gómez, perteneciente a su libro Cuentos crudos en el que, pese a la crudeza de sus vidas, los personajes están cargados de esperanza. Así sucede en el titulado El cartero de Bagdad que de tal forma termina: 

Ojalá la noche fuera tranquila y no hubiese explosiones. Entre otras cosas, porque tenía ganas de trabajar y a él le gustaba su trabajo. Saludó a las mujeres en la cocina, un instante después de pensar que no había placer mayor en el mundo que el de ser cartero en Bagdad”.

Como la ficción nos enseña, no podemos permitirnos el lujo de tener frío ni despreciar nuestros sueños ni mucho menos desesperanzarnos, por más que el monstruo nos sobrecoja. Hay que darle la vuelta al cuerpo y al alma pues toda crisis conjuga peligros y oportunidades. En chino, la palabra “crisis” (weiji) se compone de dos ideogramas: Wei que se traduce como “peligro” y  Ji como “oportunidad”. El envés de una maldita realidad es un sueño liberador. Como alguna vez le he escuchado a Antonio Carvajal, tenemos derecho, hasta el fin de nuestros días, al sueño y al delirio.