sábado, 16 de febrero de 2013

Lo común

 Las palabras interinan significativamente nuestra existencia: van y vienen; ahora son unas y antes fueron otras. A veces cambian sus adentros, a veces sus afueras. El uso, como a la falsa monea, las desgasta y transforma. No obstante, podemos hilar el rastro de su venero. Y no viene mal, de vez en cuando, airear los orígenes etimológicos, apartar la mugre semántica y que el primer primor asome.
Lo común es que el adjetivo común se entienda más en segunda, tercera o cuarta acepción que en primera que es la que da cauce y sentido al resto; más como "corriente, ordinario, vulgar, bajo, inferior, despreciable" que como aquello que "no siendo privativamente de nadie, pertenece o se extiende a varios". Es curioso que, en este caso, los brillos de lo colectivo se los haya apropiado totalitariamente la doctrina: religiosa y política.
"Comunicar" del latín communicare y este de communis (común, mutuo, participado). No viene mal recordar que comunicar no es solo informar en ruedas de prensa sin preguntas; ni que la comunicación existe más allá de los medios (o correas de transmisión). Que comunicar, para la inmensa mayoría, es  sobre todo hacer a otro partícipe de lo que uno tiene.
"Comunidad" que es  tanto cualidad de común como conjunto de personas vinculadas por características o intereses comunes. Y resulta que despotricamos de las comunidades de vecinos y de la propiedad horizontal y perdemos el culo por las banderas que blasonan las comunidades históricas y la propiedad vertical.
"Comunión" que es participación en lo común. Pero hete que la primera y eucarística, se tragó al resto. Para colmo de males, incluso significa partido político en sexta acepción.
"Comulgar", que es coincidir en ideas o sentimientos con otra persona, casi queda en exclusiva para dar o recibir la sagrada comunión o a lo más, ruedas de molino.
"Comuna" que no solo es un rejunte de bienes hortelanos y males sexuales sino también acequia principal de donde se sacan los brazales.
"Comunismo" que es movimiento que propugna una organización social en que los bienes son propiead común. Pero también, doctrina que agrisó larga y anchamente muchas vidas.
Quizá aquí esté el origen de este sesgo, en la deletérea costumbre de adoctrinar que no es otra cosa que instruir a alguien en el conocimiento o enseñanzas de una doctrina, inculcarle determinadas ideas o creencias. Y hasta aquí llegamos, hasta inculcar que es, ni más ni menos, que apretar con fuerza algo contra otra cosa. La fuerza (vigor, robustez) que los doctrinarios hacen por quitarnos lo común (sanidad, educación, servicios sociales) y la que nosotros no hacemos para conservarlo.
 

martes, 5 de febrero de 2013

Dominios de almohada

Él hunde la cabeza en la almohada pero el escrúpulo sigue allí, rondando su conciencia.
Ella mira el rayo de luna que se cuela por la persiana hasta el remate de la funda, al borde de sus ojos.
Él alisa con sus mejillas, uno a uno, los pliegues de la cobija, con el deseo de que a la par se aseden los dobleces que lo angustian.
Ella hiende la noche como la proa raja el mar.
Él adhiere  los extremos de la almohada, en denodado esfuerzo de brazos y nuca, como si fueran haz y envés de un mismo lado.
Ella prolonga el cuello más allá del cabecero y aún de la propia habitación...pero el alma no se estira.
Él encorva el cuerpo cual si rabiara precipicios.
Élla se atraviesa en diagonal como si buscara nortear por el mar de sábanas inclementes.
Él quisiera infamar la noche que le oscurece el deseo...pero teme el hierro.
Ella sueña con otro hombre...
...Y él también con otro tú.

Afortunadamente, no hay noche que resista un buen día de sol.