lunes, 5 de diciembre de 2011

La vida de las metáforas

No nos podemos sustraer a ellas. Es casi inevitable sustituir unas expresiones por otras en virtud de alguna semejanza. Vivimos entre metáforas. Las necesitamos para no naufragar entre océanos de palabras. Podría haber hablado de la sensación de pérdida y de la amplitud de términos desconocidos pero el verbo naufragar y el sustantivo océanos han hecho más elocuente y sugeridora la expresión. Metafóricamente ampliamos las acepciones de muchas palabras para hacernos entender. Así ocurre, por ejemplo, con muchos términos de uso cotidiano: la cola del banco, el ojo de la cerradura, los brazos del sillón, la cabeza del pelotón.... La polisemia existe porque tenemos la capacidad de metaforizar.

También nos son valiosas las metáforas para escabullirnos, escurrirnos y salir de atolladeros argumentativos cuando los datos nos fallan. Entonces, podemos aludir a que tal situación es un círculo vicioso o tal otra es como si…

Pero hay que tener cuidado con la lógica de las metáforas o con el proceso alegórico pues, casi sin darnos cuenta, como bien señala Fernando Savater, podemos incurrir en contradicciones y acabar diciendo cosas tales como: “Ese es de los que por delante te dan palmaditas en la espalda, pero por detrás te pegan una patada en los cojones.”

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