lunes, 5 de diciembre de 2011

La lengua, el sexo y la costumbre

Afortunadamente el mundo gira, la realidad cambia y  las formas del lenguaje se transforman. Lo que antes eran usos genéricos de sustantivos en masculino como hombre para referirse tanto a hombres como a mujeres, hoy en día se empiezan a sustituir por términos no marcados como humanidad. El masculino como género no marcado referido a personas de ambos sexos plantea hoy problemas retóricos. Ahora, palabras como todos no incluyen a todas las criaturas sino que excluyen y esconden a bastantes. La presencia de la mujer en todos los ámbitos de la vida, especialmente en el espacio público, tiene una afortunada repercusión en los usos lingüísticos. Ya la alcaldesa no es la mujer del alcalde.



Pero, claro,  conviene no confundir género y sexo. El género es gramatical y el sexo animal (y a veces humano). El problema se da cuando tenemos que nombrar y describir gramaticalmente a quienes tienen sexo. Las regularidades gramaticales de las terminaciones –a para femenino y –o para masculino no han de embrollarse intencionadamente con las sexuales. Y aquí es bueno no extremar posturas para no simplificar.

Lo principal es tener el problema retórico en la cabeza. Si nos planteamos el conflicto de cómo nombrar sin excluir y sin hacer nuestra expresión cansina y repetitiva, ya hemos dado el primer paso para el cambio. Los extremos rondan entre quienes ridiculizan los discursos políticos del todos/todas y quienes quieren inventar palabros como jóvenas, portavoza o miembras.

Hay soluciones sensatas y oportunas que permiten hacer visibles los ámbitos femeninos y masculinos. A veces surgirán incoherencias porque cuesta evitar siempre el genérico masculino en un texto extenso, pero es el uso consciente y continuado el que crea las posibilidades. Se hace camino al andar que diría Machado. No es imprescindible ni conveniente el uso continuado de la barra (/) para marcar  ambos géneros ni hay que crear femeninos innecesariamente: jóvenes incluye a ambos sexos y portavoz es gramaticalmente femenino. Así pues, en esto del uso no sexista del lenguaje, estamos contra quienes defienden el inmovilismo lingüístico porque así se lleva haciendo toda la vida y por la economía del lenguaje, y contra quienes por hacer del lenguaje bandera, llegan a la progre sandez. Las lenguas son medios de comunicación, no enseñas identitarias ni emblemas excluyentes. En estos tiempos de deseos paritarios es posible, valioso, democrático y oportuno utilizar el lenguaje para hacer visibles las aportaciones sociales, especialmente las de aquellas personas que han estado históricamente ninguneadas.
A continuación, se propone una serie de medidas que pueden resolver o aliviar los usos sexistas del lenguaje. Y recordemos que ya no son admisibles  coartadas como la mayor extensión de las realidades doblemente nombradas (alumnos y alumnas), pues, cuando algo nos agrada no tenemos reparos en extendernos y doblar las razones como ya dijera hace siglos Alfonso X el Sabio, uno de los primeros y más importantes impulsores del castellano derecho.
  • Hay que tener en cuenta que hay una serie de palabras cuya relación género-sexo no es unívoca; es el caso de los nombres llamados epicenos que con un solo género gramatical se refieren a seres de uno y otro sexo: persona, bebé, personaje, víctima… En unos casos el género gramatical es femenino y en otros masculino.
  • Hay palabras que quedan determinadas en su género por el determinante o adjetivo que las acompaña: artista, colega, testigo,…
  • Conviene sustituir, sin repetir en exceso, el relativo precedido de artículo por quien o persona: la que vino/quien vino, los que vinieron/las personas que vinieron
  • Interesa omitir el sujeto cuando sea posible para que ambos géneros queden supuestos: Todos salimos contentos. /Salimos contentos.
  • En determinados oficios conviene feminizar siguiendo la tendencia general del español: -a para el femenino, -o para el masculino: el juez/la jueza, el canciller/la cancillera.
  • En el caso de las profesiones acabadas en –ente, las soluciones suelen variar según la palabra; a veces se da por buena la invariante como en el/la dirigente y en otras muchas se ha desarrollado el femenino en –enta: asistente/asistenta.
  • Generalmente, los terminados en –ista  y –tra son invariables: dentista, periodista, foniatra, pediatra,…
  • También se han masculinizado profesiones como azafato, enfermero.
  • Hay que tener en cuenta el caso de los duales aparentes que en realidad esconden un sentido negativo para el femenino: verdulera, sargenta, secretaria.
  • Algunas fórmulas de tratamiento también manifiestan un desigual trato: señorita/señor.
  • Si hay que utilizar desdoblamientos del tipo los interesados y las interesadas, es interesante alternar el orden entre el masculino y el femenino, pues, hasta ahora, ha sido bastante sistemático el uso del primero delante del segundo, sin justificación gramatical que lo avale.
  • Uso de nombres colectivos que incluyen a ambos sexos: alumnado, funcionariado,…
  • Uso de expresiones en las que, mediante metonimia o sinécdoque,  el todo se refiere a las partes o viceversa: familia por padres y madres, almas por compañeras y compañeros,…
  • Utilización de nombres abstractos que aluden a la profesión, titulación o cargo: ingeniería, filología, dirección,…
  • Empleo de perífrasis o giros expresivos, a falta de otros recursos, que eviten el uso de masculinos genéricos: los interesados/quienes estén interesados, los afectados/las personas afectadas, los políticos/la clase política, los jienenses/la población jienense…
  • Desdobles cuando no haya otro recurso a mano; eso sí, sin abusar: los hijos/los hijos y las hijas.
  • Búsqueda de la simetría en el tratamiento y la consideración de hombres y mujeres refiriendo de forma simétrica nombre, apellidos, profesión, cargo,… Por tanto, hay que evitar relaciones de dependencia como señora de, viuda de, mujer de…
  • Si hacemos nuestro el problema retórico del uso no sexista del lenguaje, nuestra expresión se enriquecerá con nuevos y dignos hallazgos.

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