domingo, 30 de diciembre de 2012

Fin y principio

Creo que estamos necesitados de límites para poner coto a lo infinito y reconocer con alivio nuestra condición perecedera. Quizá por eso la historia acostumbre a relatar hechos de frontera. Entre la frontera y la linde transcurre nuestra vida, atentos más a lo que nos separa que a lo que nos une: entre la nación y la finca, entusiasmados en construir muros y vallas. Y al filo de unos y otras, por aquello de que el fin justifica los miedos, intentamos dar sentido a nuestra existencia. De resultas de lo cual,lo que queda claro es lo paradójicamente que sentimos y discurrimos: creamos límites para sobrevivir en tan corto espacio. De igual manera, concentramos las felicitaciones en tiempos de nacimiento, justo cuando todo acaba...de empezar. Y así hasta el infinito deseo de que el año venidero fulmine fronteras y sea más lo que nos una que lo que nos separe. Feliz año.

domingo, 25 de noviembre de 2012

El movimiento y el estilo


Como me ha dado por correr y leer libros sobre el correr (los dos sustantivos del título me van a servir para vincular, como Murakami, ámbitos que, en principio, pueden parecer alejados cuando no desafectos), creo que es normal que me preocupe por el movimiento y el estilo. Un cuerpo erguido, envuelto en un movimiento proporcionado, acompasado y relajado potencia las ganas de correr. Por contra, un cuerpo humillado, envuelto en un torbellino de brazos y piernas, con un movimiento desigual, desmedido y tenso potencia el sufrimiento y la pesantez. Estas diferencias muestran, a todas luces, lo que sería un movimiento estiloso al correr. Hasta aquí, más o menos, las palabras nos valen para hacernos una idea e incluso una imagen mental  del movimiento y el estilo (cada cual ilustrará sus ejemplos gráficos con los cuerpos que mejor le vengan en mente).

Pero cuando las palabras han de servirnos para aquello que precisamente se hace con palabras, entonces vienen los líos. Me explico: entre otros menesteres y lucimientos, me ocupo en enseñar a tiernas criaturas de duras molleras las valías literarias de nuestros antepasados lingüísticos. Y hete aquí que me vuelvo a encontrar con el movimiento y el estilo. No hay manual que se precie ni libro de texto escolar que no incluya estas palabras cuando trata nuestra historia literaria. El Renacimiento y Garcilaso, valgan como ejemplo. "El Renacimiento es un movimiento cultural que..." "El estilo italianizante de Garcilaso...". Los libros y yo nos quedamos tan anchos y satisfechos cuando soltamos movimientos y estilos por hojas y boca, pero las tiernas criaturas no se quedan a dos velas sino a una, que es ninguna. "Profe, ¿qué es movimiento? ¿y cultural? ¿y estilo?" Y el profe, que por supuesto ha interiorizado estos conceptos hasta la médula, intenta balbucir respuestas que no pueden más que acabar en una tautología: "Un movimiento cultural es un conjunto de tendencias y características que se desarrollan en un periodo y que se propagan..." "El estilo se refiere a las maneras características que alguien tiene de..." "Niños, el movimiento se demuestra andando y el estilo es el estilo". Y punto.

Y es que con palabras tan polisémicas es difícil entenderse. Según la RAE, hay cantidad de movimientos, nada menos que catorce acepciones distintas. Para el caso que nos ocupa, la más aproximada sería: "Desarrollo y propagación de una tendencia religiosa, política, social, estética, etc., de carácter innovador. El movimiento de Oxford. El movimiento socialista. El movimiento romántico". Lo dicho: el movimiento es el movimiento.

Pero el estilo no se queda muy atrás; con trece significados cuenta. Quizá este sea el que más se ajuste a lo que venimos refiriendo: "Manera de escribir o de hablar peculiar de un escritor o de un orador. El estilo de Cervantes". Este otro también puede ser vecino: "Conjunto de características que individualizan la tendencia artística de una época. Estilo neoclásico". ¿Queda o no queda claro qué es el estilo?

Lo que para mí queda claro es la paradoja del decir. A veces nos valemos con muy poco, nos entendemos con palabras sin tallar pero mullidas; no precisamos más, su comodidad nos basta.  Una época resuelta en Renacimiento, la expresión de un sentimiento intenso y profundamente individual trocada en un común "te quiero". Y otras veces, las palabras encubren nuestra pereza comunicativa, nos escudan del esfuerzo de hacernos entender, de explicar el mundo y de explicarnos. El movimiento y el estilo.

Así que no renuncio a mi propia definición del estilo (el movimiento, si acaso, ya se me irá notando). Para mí, el estilo no lo forman tanto las maneras, costumbres, rutinas, cualidades o conductas que uno practica sino, más bien, las que uno es capaz de infundir y suscitar en los demás. Algo así como el rastro, la huella, la estela, la impresión, no sé, la impronta que alguien deja y que los demás reciben. Lo que dejamos, si acaso, en la clase cuando salimos del aula. Podría valer casi como greguería: "La estela es el estilo".

Y en definitiva, lo que yo quería hoy, más ni menos, era cantar la estela (el estilo) de mi hermano Eduardo, la impronta que yo recibí de él y que, en gran medida, me constituye. Trece años hace que ya no pisa entre nosotros pero sus huellas no han dejado ni un solo día de impresionarme.

In Memoriam.


martes, 13 de noviembre de 2012

La dicha como efugio

Nunca es tarde si la dicha es buena. Esa curiosa forma de nombrar la felicidad, la dicha, procede del verbo decir, de la creencia pagana en que las palabras pronunciadas, dichas para crear ventura, producirán la bienandanza de sus destinatarios. Pero creían los paganos que el destino (fatum) dichoso lo provocaban las palabras divinas. Así que, ahora, en esta intemperie de dioses mudos y silencios airados, quizá nos sentara bien a todas (criaturas al raso) empezar a repartir dicha humana a diestra y siniestra. Al menos en mi barrio, las cajeras del supermercado y las tenderas que alimentan (todavía a los tíos el lenguaje nos suele fallar por la mejor parte), con su natural e inteligente intuición, practican esta retórica de la dicha expansiva.  Al salir por la puerta de la tienda, no solo llevamos las galletas, la leche, el pan, las verduras y la fruta que compramos; también nos acompaña el cariño o el corazón que nos regaló la amable dependienta.
-¿Qué más vas a llevar, cariño? ¿Tendrías diez céntimos, corazón?
Sabemos que los administradores de los discursos (prebostes, políticos, periodistas...) nos embaucan con demasiada frecuencia. Por ello, desconfiamos de las palabras; descreemos de su valor. Pero si nos convertimos en incrédulos del decir, solo conseguiremos dilatar nuestra impiedad, esa que achica la onda expansiva de la dicha. Es la boca la que hiede no la voz. Las palabras embusteras no deben truncar la necesidad de las diarias palabras dichosas.

Así que, ya sabes, cariño, sé dichoso, incluso redicho, no te importe repetir lo que consuela. Para estos tiempos fríos, tus tónicas palabras son un básico artificio de esperanza con el que construir el efugio, incluso el refugio, que nos permita sortear las cotidianas dificultades.

Dichoso quien con palabras alienta.

domingo, 7 de octubre de 2012

Rae que te rae

Raer del latín radere significa según primera acepción del DRAE: "Raspar una superficie quitando pelos, sustancias adheridas, pintura, etc., con un instrumento áspero o cortante".  Tampoco es manca la tercera: "Extirpar enteramente algo, como un vicio o una mala costumbre"

En esta paradoja que es vivir, para lograr hay que dejar. Vivimos en el continuo dilema. Para que la herida cicatrice bien hay que asumir el dolor que produce la buena cura. Por contra, los tratamientos superficiales solo producen peorías disfrazadas que al final nos devuelven la más terrible de las faces de la llaga. Por lo tanto, (aunque lo más lúcido es casi siempre salirse del dilema) llegará ese momento en el que ya no valdrá poner cara de Jano bifronte, en el que habrá que elegir entre :

  • quedar o marcharse
  • ahondar o cerrar hueco
  • recordar pasado o proyectar futuro
  • apañarse escudo o blandir espada
  • abrirse el alma o cerrarse el cuerpo
  • echarse a cuestas los pensamientos o descargar los escrúpulos y las emociones.
  • ...
Porque a poco que nos expongamos (ya con la propia extrañeza del vivir) la vida nos rae, nos raspa la piel de adentro y las entrañas de afuera; nos quita el pelo (¿pintado?) y las costras adheridas. Y a veces pensamos que quien nos "marionetea" la existencia (dioses, demontres o uno mismo), tiene poca piedad de nosotras, criaturas indecisas. Pero no nos queremos dar cuenta de que el tiempo nos pierde aunque nos entretiene con la engañifa de que somos nosotros quienes decidimos nuestro futuro. Y digo yo, puestos a solventar, por qué no raer (en tercera acepción) esos descarríos que uno acostumbra como llegar tarde, caminar a saltitos, olvidar gafas y llaves...

Y ya puestos, ya puestos, ¿por qué no raer los puñeteros dilemas?

domingo, 16 de septiembre de 2012

Regomeyo

Según el DRAE, la palabra regomeyo tiene dos acepciones, una física y otra moral. En la primera se habla de un "malestar físico que no llega a ser un verdadero dolor". Para entendernos, podríamos considerarlo como algo emparentado con la molestia, el microdolor...; algo así como el escozor que produciría el roce del aguijón de un mosquito desganado e imberbe.

Por otro lado, la definición moral alude a un "disgusto que no se revela al exterior". Supongo que el aserto querrá decir que no se revela de forma explícita y notoria pues, aunque no sea abundante, si somos personas observadoras, podremos apreciar el regomeyo a nuestro alrededor. 

También menciona el Diccionario que estos términos son característicos de Andalucía y Murcia. Y, hasta donde yo alcanzo, es en su sentido "interior" como más se utiliza de forma coloquial. En este caso el regomeyo sería algo así como un leve disgusto, escrúpulo, incomodidad, contrariedad, desazón o desagrado cuya expresión casi siempre se comunica a través del rostro o de forma íntima, nunca mediante proceder estentóreo: una sutil mordida del labio inferior; un rosado azoramiento de mejillas; una mirada apurada, incierta y suspensa...

Por lo tanto, lo que caracteriza al regomeyo no es tanto la causa que lo origina como la forma de insinuarlo. El disgusto puede estar producido tanto por un agravio, como por una acción inoportuna o una ocasión perdida. Pero nunca el aspaviento delatará la aflicción.

Y como tengo el placer de frecuentar y haber frecuentado a personas apasionadamente regomeyosas, he dado en pensar que el regomeyo es consustancial tanto a la bondad como a la sabiduría. A la bondad porque esa desazón condesciende con las debilidades humanas y más que la increpación pretende el reconocimiento. A la sabiduría porque "ubi humilitas ibi sapientia". Y humilde se muestra quien siente regomeyo pues quizá su inquietud sea infundada, pasajera, y no merezca su entorno acrecentamiento de pesares. Mosquitos más severos ya nos escuecen el ánimo. Por cierto, no estaría mal que nos tentáramos el alma, no vaya a ser que andemos cortos de regomeyo y nos convenga pedir favor a labios, mejillas y ojos apasionados.

martes, 24 de julio de 2012

Salgamos de nuestras casillas

Escaque es según la RAE "cada una de las casillas cuadradas e iguales, blancas y negras alternadamente, y a veces de otros colores, en que se divide el tablero de ajedrez y el del juego de damas". De aquí deriva escaquearse que significa coloquialmente "eludir una tarea u obligación en común".
Podríamos pensar, entonces, que escaquearse sería algo así como "aislarse en la casilla o  casillas en que habitamos o que la costumbre nos ha asignado". Por lo tanto, escaquearse no es tanto escapar o huir, que implican acción y movimiento, como evitar la tarea común, que requiere pasividad y aislamiento. 
Ese quizá sea uno de los fundamentos de nuestra actual crisis: el individualista escaqueo que constituye nuestra sociedad, la categórica falta de proyecto común que nos lleva a que nadie asuma responsabilidades, mucho menos quienes nos gobiernan y administran. Quizá vaya siendo hora ya de  que nos salgamos de nuestras casillas y habitemos la calle dormida. No esperemos a que nos saquen.

lunes, 25 de junio de 2012

Pesares y gustos

Tiene que haber algo en nuestro cerebro y en nuestro corazón que nos lleve a juntar lo que va separado. Será por el calor o el consuelo que ofrece la juntura. Por más que aprendamos y enseñemos que a pesar de y a gusto se escriben separadamente, son más que habituales sus ayuntamientos. ¿Será que se está más a gusto "agusto"?

sábado, 23 de junio de 2012

Más ahuciar y menos desahuciar

Las palabras con las que nos valemos para darnos consuelo son también las que utilizamos como símbolos que  balizan la interpretación de nuestro presente. Fijémonos, a modo de ejemplo, en la actualidad de los desahucios y en el desuso de verbos transitivos (conforme RAE) como ahuciar con el significado de "esperanzar o dar confianza".

martes, 10 de abril de 2012

Le fait pédagogique

 Todo acto de enseñanza, si lo es, es fundacional. No es legar ni transmitir. Tiene que ver con enseñar a reanudar.

lunes, 26 de marzo de 2012

Linderos axiológicos

Entonces:  Nada vale todo, luego todo no vale nada.

Antes: Poco vale  todo, luego mucho no vale nada.

Después: Mucho vale todo, luego poco no vale nada.

Ahora: Todo vale todo, luego nada vale nada.

martes, 13 de marzo de 2012

Tener no es signo de malvado

Tener no es signo de malvado
y no tener tampoco es prueba
de que acompañe la virtud;
pero el que nace bien parado,
en procurarse lo que anhela
no tiene que invertir salud.

Silvio Rodríguez, Canción de Navidad

lunes, 12 de marzo de 2012

Pavesa 6

Todo es relativo, hasta las mezclas cromosómicas.

domingo, 11 de marzo de 2012

Pavesa 5

Abismos del blog: cuando la longitud de onda de mi discurso limita con la autocita entre entradas.

lunes, 5 de marzo de 2012

Pavesa 4

El amor todo lo embona, todo lo reboza. Quien pone...logra.

jueves, 23 de febrero de 2012

La matria.

Para empezar, habría que decir que patria es un concepto demasiado denso, conceptual, abstracto, en fin, grande para llevarlo en la cabeza de un lado para otro. Pesa demasiado y no nos hace necesariamente mejores. Sirve para excluir, para que nos creamos dueños de los árboles cuyas sombras nos cobijan el camino. A lo más, para llevarse berrinches cuando los gabachos nos tocan… las glorias. Pero, aparte enojos, uno no puede levantarse por la mañana con un acceso de patriotismo y enderezar el día como si nada. Si acaso, en el sofá, repanchingado ante el televisor, disfrutando de las victorias nacionales en tierras extranjeras, mejor si son galas. Entonces, se puede entender que la patria nos colme mientras abrazamos la bandera, empapada de lágrimas, sudor y fuente.

No. No creo yo que en ninguna época las sociedades o los pueblos hayan vivido con la patria a cuestas. Ni siquiera anidando en el corazón. Nuestros sentimientos atienden cotidianamente a otras necesidades menos excelsas pero quizá más complacientes: una caricia de quien nos quiere; una sonrisa cómplice de quien nos escucha o una mirada amable y azul. No parece, pues, que, en este mundo globalizado que habitamos, hayamos perdido la identidad y las raíces y vivamos en una moral de desapego que no entiende de pasado ni futuro. O por lo menos no mayor que en otras épocas. Sí parece, más bien, que hay mucho nostálgico del ayer que confunde su juventud con la edad dorada de la civilización: “entonces sí que la gente estaba unidad…; entonces sí que sentíamos el valor de  lo colectivo… no como ahora…”  Ahora, tú y tú, jóvenes, estáis tan perdidos como yo entonces. O incluso como yo ahora. Los paraísos casi siempre radican más en el recuerdo o en el deseo; escasamente en el presente; qué decir del actual.

Por tanto, a mí el concepto de patria me viene grande; me queda más como un gabán prestado que como un traje a medida. No obstante, no creo que podamos vivir ajenos al conjunto, al grupo, a la pandilla o a la manada, sobre todo si pensamos en nuestra parte animal. Y entonces, se me ocurre que quizá funcionemos mejor con el concepto de matria. Si acudimos al origen, nos damos cuenta de que patria procede de padre, así como patrimonio. Matrimonio, respectivamente, de madre. Y ¿qué valía antaño un matrimonio sin patrimonio? En cambio, ya sabemos lo prescindible que es actualmente un padre, sobre todo desde que cedió su autoridad al televisor. Como dice José Antonio Marina, antes el hombre se caracterizaba por las tres pes: proveedor, protector y preñador. Aportábamos la comida, dábamos seguridad a la tribu y nuestros bichos aumentaban la especie. Hoy en día, aportamos poco, aseguramos menos y ya casi ni hacemos falta para preñar. El destino de la especie vaga, irremediablemente, entre el empuje y el azar. 

Sin embargo, la matria, la gran madre, nos vincula poderosamente con nuestras necesidades de identidad, reconocimiento y proyección. La gran madre que nos abraza y nos acoge; la que nos alimenta y nos hace crecer. Así pues, el concepto de matria podría incluir lo que en realidad será importante en nuestras vidas: la familia, el barrio, la pandilla, la clase, el equipo, el bachillerato; los conflictos fraternales, los juegos en la calle, las juergas, los desamores, los partidos, los malditos exámenes y… la madre que nos parió.

Eso sí, todo a la espera de que nuevamente España avive nuestra llama patriótica. ¡¡¡¡¡¡¡Goooooool!!!!!! Porque está claro que formamos parte de algo más grande.

lunes, 20 de febrero de 2012

El poder taumatúrgico del humor

Aquí tenemos un claro ejemplo de la capacidad de obrar prodigios que tiene el humor en un discurso. Fijémonos en el talento irónico que tiene Santiago Segura para "tocar los huevos" a Coronado y Almodóvar. Todo un alarde que condensa sabiamente la puya y el halago, a la par que, como funambulista,  hace transitar su perorata  de tópico (improvisación) en tópico (envidia) nacional

viernes, 17 de febrero de 2012

Pavesa 3

En estos tiempos tan lindos, lo importante no es tener argumentos para defender una postura sino recursos para suplir su falta.

viernes, 10 de febrero de 2012

Cuentos de Hemingway II

Hay textos narrativos cargados de diálogo que expresan mucho más de lo que dicen. En este cuento de Hemingway, dos personajes rondan, con distinta intensidad, un problema que les preocupa. Los laberintos de la conversación no sólo nos informan de lo que sucede, sino que, sobre todo, nos caracterizan las identidades, las obsesiones y los estilos comunicativos de los personajes. Los sobreentendidos y los eufemismos apelan a nuestra inteligencia lectora. ¿Qué sentido tiene el título?  


 COLINAS COMO ELEFANTES BLANCOS 
  
Del otro lado del valle del Ebro, las colinas eran largas y blancas. De este lado no había sombra ni árboles y la estación se alzaba al rayo del sol, entre dos líneas de rieles. Junto a la pared de la estación caía la sombra tibia del edificio y una cortina de cuentas de bambú colgaba en el vano de la puerta del bar, para que no entraran las moscas. El americano y la muchacha que iba con él tomaron asiento a una mesa a la sombra, fuera del edificio. Hacía mucho calor y el expreso de Barcelona llegaría en cuarenta minutos. Se detenía dos minutos en este entronque y luego seguía hacia Madrid.
      —¿Qué tomamos? —preguntó la muchacha. Se había quitado el sombrero y lo había puesto sobre la mesa.
      —Hace calor —dijo el hombre.
      —Tomemos cerveza.
      —Dos cervezas —dijo el hombre hacia la cortina.
      —¿Grandes? —preguntó una mujer desde el umbral.
      —Sí. Dos grandes.
      La mujer trajo dos tarros de cerveza y dos portavasos de fieltro. Puso en la mesa los portavasos y los tarros y miró al hombre y a la muchacha. La muchacha miraba la hilera de colinas. Eran blancas bajo el sol y el campo estaba pardo y seco.
      —Parecen elefantes blancos —dijo.
      —Nunca he visto uno —. El hombre bebió su cerveza.
      —No, claro que no.
      —Nada de claro —dijo el hombre—. Bien podría haberlo visto.
      La muchacha miró la cortina de cuentas.
      —Tiene algo pintado —dijo—. ¿Qué dice?
      —Anís del Toro. Es una bebida.
      —¿Podríamos probarla?
      —Oiga —llamó el hombre a través de la cortina.
      La mujer salió del bar.
      —Cuatro reales.
      —Queremos dos de Anís del Toro.
      —¿Con agua?
      —¿Lo quieres con agua?
      —No sé —dijo la muchacha—. ¿Sabe bien con agua?
      —No sabe mal.
      —¿Los quieren con agua? —preguntó la mujer.
      —Sí, con agua.
      —Sabe a orozuz —dijo la muchacha y dejó el vaso.
      —Así pasa con todo.
      —Si dijo la muchacha—- Todo sabe a orozuz. Especialmente las cosas que uno ha esperado tanto tiempo, como el ajenjo.
      —Oh, basta ya.
      —Tú empezaste —dijo la muchacha—. Yo me divertía. Pasaba un buen rato.
      —Bien, tratemos de pasar un buen rato.
      —De acuerdo. Yo trataba. Dije que las montañas parecían elefantes blancos. ¿No fue ocurrente?
      —Fue ocurrente.
      —Quise probar esta bebida. Eso es todo lo que hacemos, ¿no? ¿Mirar cosas y probar bebidas?
      —Supongo.
      La muchacha contempló las colinas.
      —Son preciosas colinas —dijo—. En realidad no parecen elefantes blancos. Sólo me refería al color de su piel entre los árboles.
      —¿Tomamos otro trago?
      —De acuerdo.
      El viento cálido empujaba contra la mesa la cortina de cuentas.
      —La cerveza está buena y fresca —dijo el hombre—.
      —Es preciosa —dijo la muchacha.
      —En realidad se trata de una operación muy sencilla, Jig —dijo el hombre—. En realidad no es una operación.
      La muchacha miró el piso donde descansaban las patas de la mesa.
      —Yo sé que no te va a afectar, Jig. En realidad no es nada. Sólo es para que entre el aire.
      La muchacha no dijo nada.
      —Yo iré contigo y estaré contigo todo el tiempo. Sólo dejan que entre el aire y luego todo es perfectamente natural.
      —¿Y qué haremos después?
      —Estaremos bien después. Igual que como estábamos.
      —¿Qué te hace pensarlo?
      —Eso es lo único que nos molesta. Es lo único que nos hace infelices.
      La muchacha miró la cortina de cuentas, extendió la mano y tomó dos de las sartas.
      —Y piensas que estaremos bien y seremos felices.
      —Lo sé. No debes tener miedo. Conozco mucha gente que lo ha hecho.
      —Yo también —dijo la muchacha—. Y después todos fueron tan felices.
      —Bueno —dijo el hombre—, si no quieres no estás obligada. Yo no te obligaría si no quisieras. Pero sé que es perfectamente sencillo.
      —¿Y tú de veras quieres?
      —Pienso que es lo mejor. Pero no quiero que lo hagas si en realidad no quieres.
      —Y si lo hago, ¿serás feliz y las cosas serán como eran y me querrás?
      —Te quiero. Tú sabes que te quiero.
      —Sí, pero si lo hago, ¿nunca volverá a parecerte bonito que yo diga que las cosas son como elefantes blancos?
      —Me encantará. Me encanta, pero en estos momentos no puedo disfrutarlo. Ya sabes cómo me pongo cuando me preocupo.
      —Si lo hago, ¿nunca volverás a preocuparte?
      —No me preocupará que lo hagas, porque es perfectamente sencillo.
      —Entonces lo haré. Porque yo no me importo.
      —¿Qué quieres decir?
      —Yo no me importo.
      —Bueno, pues a mí sí me importas.
      —Ah, sí. Pero yo no me importo. Y lo haré y luego todo será magnífico.
      —No quiero que lo hagas si te sientes así.
      La muchacha se puso en pie y caminó hasta el extremo de la estación. Allá, del otro lado, había campos de grano y árboles a lo largo de las riberas del Ebro. Muy lejos, más allá del río, había montañas. La sombra de una nube cruzaba el campo de grano y la muchacha vio el río entre los árboles.
      —Y podríamos tener todo esto —dijo—. Y podríamos tenerlo todo y cada día lo hacemos más imposible.
      —¿Qué dijiste?
      —Dije que podríamos tenerlo todo.
      —Podemos tenerlo todo.
      —No, no podemos.
      —Podemos tener todo el mundo.
      —No, no podemos.
      —Podemos ir adondequiera.
      —No, no podemos. Ya no es nuestro.
      —Es nuestro.
      —No, ya no. Y una vez que te lo quitan, nunca lo recobras.
      —Pero no nos los han quitado.
      —Ya veremos tarde o temprano.
      —Vuelve a la sombra —dijo él—. No debes sentirte así.
      —No me siento de ningún modo —dijo la muchacha—. Nada más sé cosas.
      —No quiero que hagas nada que no quieras hacer…
      —Ni que no sea por mi bien —dijo ella—. Ya sé. ¿Tomamos otra cerveza?
      —Bueno. Pero tienes que darte cuenta…
      —Me doy cuenta —dijo la muchacha. ¿No podríamos callarnos un poco?
      Se sentaron a la mesa y la muchacha miró las colinas en el lado seco del valle y el hombre la miró a ella y miró la mesa.
      —Tienes que darte cuenta —dijo— que no quiero que lo hagas si tú no quieres. Estoy perfectamente dispuesto a dar el paso si algo significa para ti.
      —¿No significa nada para ti? Hallaríamos manera.
      —Claro que significa. Pero no quiero a nadie más que a ti. No quiero que nadie se interponga. Y sé que es perfectamente sencillo.
      —Sí, sabes que es perfectamente sencillo.
      —Está bien que digas eso, pero en verdad lo sé.
      —¿Querrías hacer algo por mi?
      —Yo haría cualquier cosa por ti.
      —¿Querrías por favor por favor por favor por favor callarte la boca?
      El no dijo nada y miró las maletas arrimadas a la pared de la estación. Tenían etiquetas de todos los hoteles donde habían pasado la noche.
      —Pero no quiero que lo hagas —dijo—, no me importa en absoluto.
      —Voy a gritar —dijo la muchacha.
      La mujer salió de la cortina con dos tarros de cerveza y los puso en los húmedos portavasos de fieltro.
      —El tren llega en cinco minutos —dijo.
      —¿Qué dijo? —preguntó la muchacha.
      —Que el tren llega en cinco minutos.
      La muchacha dirigió a la mujer una vívida sonrisa de agradecimiento.
      —Iré llevando las maletas al otro lado de la estación —dijo el hombre. Ella le sonrió.
      —De acuerdo. Ven luego a que terminemos la cerveza.
      El recogió las dos pesadas maletas y las llevó, rodeando la estación, hasta las otras vías. Miró a la distancia pero no vio el tren. De regresó cruzó por el bar, donde la gente en espera del tren se hallaba bebiendo. Tomó un anís en la barra y miró a la gente. Todos esperaban razonablemente el tren. Salió atravesando la cortina de cuentas. La muchacha estaba sentada y le sonrió.
      —¿Te sientes mejor? —preguntó él.
      —Me siento muy bien —dijo ella—. No me pasa nada. Me siento muy bien.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Cuentos de Hemingway I

DEPEDRO, Tu mediodía

Las virtudes de la paradoja:

Ronco el tono, dulce el efecto.


lunes, 6 de febrero de 2012

Pavesa 2

Hay quienes interpretan una encrucijada como un martirio y quienes la representan como una tetraoportunidad.


domingo, 5 de febrero de 2012

Pavesa 1

Mediodía de un domingo invernal, soleado y frío. Mi David y yo, padre e hijo en amorosa compaña, paseamos la avenida. De pronto, David observa el suelo y espeta:

Mira, papá, qué hoja! Es tan verde que parece de mentira."

sábado, 4 de febrero de 2012

Pavesas (INTRO)

Según el diccionario, la pavesa es "una partecilla ligera que salta de una materia inflamada y acaba por convertirse en ceniza" (enamorada). Así pretendo nombrar metafóricamente estos jirones de ocurrencias, propias de un tiempo que entroniza lo breve y lo fragmentario.  Comencemos:


PAVESA 0:

  • A veces, anteceder el efecto a la causa intensifica el placer: rascar primero, picar después.
           

lunes, 30 de enero de 2012

Del directo discurso al indirecto estilo

Para trasegar en boca ajena las palabras propias, no siempre el proceder mimético es el más ajustado. Los estilos comunicativos, los matices y las intenciones de quienes dialogan quizá queden más oportunamente reflejados si seleccionamos las intervenciones más sugerentes y relevantes, las que mejor definen el carácter y la actitud de los personajes.

Veámoslo en la transformación del siguiente fragmento de la novela de Delphine Bertholon Nunca olvides que te quiero:

" R. simplemente apesta, aunque siempre vaya bien afeitado, lleve camisas perfectamente planchadas y corbatas con flores, como si acabara de salir de un trabajo muy serio (a veces habla de la «Compañía», pero no tengo ni idea de qué compañía se trata).
— ¿Por qué no tiene hijos?
Se rascó la parte de arriba de la frente (aquel punto que recuerda un acantilado
porque su pelo cae como en cascada), lo que significa: No tengo intención de
responderte.
—Tampoco está tan mal. En serio. ¿Sigue sin tener novia? Seguro que gusta a las chicas... ¿No?
—No.
—Vamos a ver, ¿qué edad tiene?
—Muchas preguntas haces hoy. ¿Por qué no lo has preguntado antes si te
interesaba tanto?
—Antes no me interesaba. Ahora sí.
—¿Es por culpa del cuaderno? ¿De lo que escribes ahí?
—¿Por qué responde a mis preguntas con preguntas? Eso es un coñazo.
La mano que rascaba su acantilado fue a meterse entre sus muslos.
—Tengo treinta y un años. Es decir, en octubre.
—¿Ah, sí? ¿Es Libra o Escorpión?
—¿Te gusta la astrología? Te creía más inteligente. Eso son sandeces.
Me ponía tan nerviosa que no respondiera lo que yo quería saber que pasé a la
técnica del enfurruñamiento: cruzo los brazos, frunzo las cejas y echo los labios tan adelante como puedo, funcionaba requetebién con mamá. R. soltó un suspiro como mi globo que se deshincha.
—Escorpión, para tu información.
Pensé: «¡Me extraña!». Pero dije:
— ¿Y cuántos días faltan exactamente para su cumpleaños? ¿Podría
hacerle un dibujo, escribir una poesía, algo así?
Abrió la boca pero volvió a cerrarla. Durante el segundo en que la mantuvo
abierta, mi corazón pareció que iba a desengancharse como una vagoneta de una atracción de feria en una curva. Se levantó de la cama demasiado deprisa.
—Es tarde. Tengo que fregar los platos.
Cogió la bandeja de mi cena y se dispuso a salir.
—Pero ¿qué le importa? ¿Por qué no quiere que sepa el tiempo que llevo aquí? ¡Ya está bien, mierda! ¡Tengo derecho a saberlo!
Estaba de pie en la cama, metida en aquella cutrez de pijama de Winny el Osito como todas las cutreces que me obliga a ponerme. Además, ¡este pijama está desgarrado! Me entraron ganas de llorar, pero había llorado tanto antes que ya no me quedaban lágrimas, y ya había aprendido a transformarlas en salidas desagradables.
—¡Pues haga un hijo en vez de coger los que no son suyos! ¡De todos modos me están buscando! ¡No han dejado de buscarme! ¡No me creo nada de sus trolas! ¡Me buscan y algún día me encontrarán porque es imposible que no lo hagan y usted se pasará la vida en una asquerosa cárcel!
Se cerró el pestillo. Seguí gritando, pero no mucho tiempo".

Posible transformación en discurso indirecto:

Aquella mañana intenté otra estrategia para camelarme a R. Es superior a mis fuerzas; por más que se limpie, se afeite y se perfume, apesta. Aunque se ponga sus camisitas perfectamente planchadas y sus corbatas de flores. Empecé, como quien no quiere la cosa, por interesarme por su vida. Quería ganarme su confianza. Le pregunté que por qué no tenía hijos si estaba de buen ver. Me interesé por su edad pero él se mostraba receloso y prudente; dudaba de mi repentino interés y en sus preguntas se mostraba el reproche. Cuando ya veía que me intentaba acorralar con lo del cuaderno, entonces aparentaba estar indignada y cansada de su actitud. 

Ese juego entre atención e indignación hizo que me revelara su edad: 31 años en octubre. Por fin un dato que me permitiera averiguar cuanto tiempo llevaba encerrada. Le pregunté por su horóscopo y, al ver que no me quería responder, volví a la táctica del enfurruñamiento. Escorpión. ¡Bien, aquello funcionaba! Ya solo me faltaba desentrañar cuánto faltaba para su cumpleaños. Cuando le dije que quería saberlo para hacerle un regalo muy personal, casi lo consigo. Durante un segundo abrió la boca y mi corazón pareció que iba a desengancharse como una vagoneta de una atracción de feria en una curva. Pero volvió a cerrarla y se levantó de la cama demasiado deprisa. 

Entonces, no pude más y le rogué, le exigí y le amenacé. Una vez más, ante tanta impotencia, me entraron unas ganas enormes de llorar pero, en ausencia de lágrimas, había aprendido a responder desagradablemente. Le dije que se dedicara a hacer sus propios hijos en lugar de robar los ajenos. Le avisé de que estaba segura de que me estaban buscando y que algún día el se pudriría en la cárcel.

Finalmente, se cerró el pestillo y seguí gritando pero no por mucho tiempo.

lunes, 16 de enero de 2012

Café en flor

Es curioso el azar. A veces crea formas imprevistas que engalanan las tardes invernales. Eso sí, para descubrir el prodigio, el albur nos tiene que pillar trabajando (hay que estar en la cafetería adecuada a la hora oportuna y estar dispuesto a  mirar cara a cara al café antes de que azúcar y cucharilla se arremolinen en la taza). Tal la escritura, que requiere la atenta ronda de los sentidos ante la realidad que nos concierne, ya sentida, ya presentida. Y sólo entonces, el feliz hallazgo: rem tene, verba sequentur.