jueves, 11 de abril de 2013

El día de la primera eyaculación

66 años,  10 meses, 6 días                                          Jueves, 16 de agosto de 1990

"Polución", anuncia Mona metiendo las sábanas de los muchachos en la lavadora.  ¿Nocturna? Y diurna, precisa ella añadiendo un par de calcetines pegajosos y dos calzoncillos vitrificados por el esperma. Pues sí, para el moco se ha inventado el pañuelo, la escupidera para la saliva, el papel para las heces, aquí está el recipiente para la orina, el más fino cristal para las lágrimas del Renacimiento, pero nada específico para el esperma. De modo que, desde que el hombre es adolescente y descarga en todas partes donde le empuja la pulsión, intenta esconder su fechoría con los medios que tiene a mano: sábanas, calcetines, guantes de aseo, trapos, pañuelos, kleenex, toallas, borradores de redacciones, periódicos del día, filtro para café, todo sirve, incluso las cortinas, las bayetas y las alfombras. Siendo la fuente inagotable, siendo las pulsiones innumerables e imprevisibles, nuestro entorno es una vergonzosa jodienda. Es absurdo. Urge imaginar un receptáculo para el esperma que regalaríamos a cada jovencito el día de su primera eyaculación. El asunto estaría ritualmente regulado, sería la ocasión para una fiesta familiar. El muchacho llevaría su joya en bandolera, tan orgullosamente como su reloj de primera comunión. Y se la ofrecería a su prometida el día de los esponsales, concluye Mona, muy interesada en mi proyecto.

Daniel Pennac, Diario de un  cuerpo.

Este bizarro fragmento de Pennac me ha traído a la mente dos curiosas referencias que me desasosiegan. Por un lado, el cuento "El buscador" de Jorge Bucay. Por otro, el refrán paterno para desperezar al hijo remolón: "Quien mucho duerme, poco vive". ¿Será el tiempo eyaculado el verdadero tiempo vivido? ¿Caben varias poluciones en un sueño remoloneado? E incluso ¿tendrá algo que ver la habitual sustitución de las recias cortinas por los vaporosos visillos con la disminución de esperma en el hombre occidental?

miércoles, 10 de abril de 2013

El poder de la regla

43 años, 10 meses, 7 días                                             Jueves, 17 de agosto de 1967

Insulto de Bruno tras un acceso de mal humor de Lison: "¿Te sangra el conejo o qué?" Lison, que tal vez tenía la regla- a veces le resulta dolorosa-, enmudece sobrecogida. Y Bruno se ruboriza. Esas bromas gamberras sobre la regla de las jóvenes son una invariable histórica. Se huelen ahí un misterio femenino del que están excluidos, la intrusión de una complejidad que fundamenta a la mujer como misterio... El insulto a la muchacha convertida en mujer, cuando uno mismo se siente aún lejos de ser un hombre, es la venganza corriente de los jovencitos. Pero la potencia normativa producida por la doble homonimia de la palabra "regla" les intimida. Esta hermana a la que finjo despreciar es la detentadora de la regla. Posee el instrumento de medida. Dicta las reglas. Regula el curso de los astros. Esos gamberros querrían que la palabra "regla" asqueara, pero su homonimia impone.
Daniel Pennac, Diario de un cuerpo

martes, 9 de abril de 2013

Acceso de infancia

61 años, 7 meses, 22 días                                                     Sábado, 1 de junio de 1985

Al final de "Greystoke", el viejo lord, durante una fiesta de Navidad, se mata resbalando por la escalera del castillo, sentado en una gran bandeja de plata que le sirve de trineo. De niño, bajaba con esa misma bandeja los peldaños desde la nursery, pero ya no tiene edad para eso, ya no controla la trayectoria y se mata en una curva. Su cabeza choca con un pesado pilar de madera. Gran pesadumbre de Tarzán. (Y de Grégoire.) El viejo lord ha sido víctima de un ataque de infancia. Eso debió de sucederme ayer cuando, de pronto, he jugado a asustar al perro. El niño brinca en mí muy a menudo. Presume de mis fuerzas. Todos estamos sujetos a esos accesos de infancia. Incluso los de más edad. Hasta el fin, el niño reivindica su cuerpo. no cede. Intentos de reapropiación tan imprevisibles como incursiones. La energía que despliego en esos momentos es de otra época. Mona se asusta viéndome correr tras un autobús o trepar a los árboles para coger una pieza de fruta fuera de alcance. No me da miedo que lo hagas, sino que unos segundos antes no pensabas en hacerlo.

Diario de  un cuerpo, Daniel Pennac.

El, en esta ocasión, sexagenario protagonista de Diario de un cuerpo, a partir de la muerte del viejo lord en la película Greystoke, desentraña sus propios accesos de infancia, algo así como la preeminencia de la energía infantil  sobre el carácter adulto. Y yo, a partir de sus ejemplos, caigo en la cuenta de mis propios accesos. Mis fingidos refriegas con mis niños. Esas que empezamos y, ya sanguíneos y agotados, no sabemos terminar, hasta que llega mamá y nos saca aún más los colores, especialmente a mí ( "...y el padre, el más niño").

O ese otro acceso (un mero hápax corporal) en que, cercano a la meta, me adelanta una joven corredora y, sin pensar hacerlo, emerge el niño que la alcanza, la sobrepasa y reivindica su cuerpo. Energía herida.

martes, 2 de abril de 2013

Fondo de "almario" a diario

Conforme el tiempo y mis dudas avanzan, más lector me siento. Profeso la lectoría. Y en tanto que leo, menos hesito sobre la primacía de la femínea alma. Por azar, armonizo estos días la lectura de dos obras sobre o con forma de diario: La ridícula idea de no volver a verte de Rosa Montero y Diario de un cuerpo de Daniel Pennac. Ambas notables por nutricias. Rosa Montero hila logradamente las reflexiones que Marie Curie escribió en su diario tras la traumática muerte de su marido con su propia vida y sus propias muertes. ¡Qué capacidad la de estas mujeres para tentarse el alma! El libro de Pennac, un prodigio y un hallazgo. Un adolescente, a partir de sus miedos, decide escribir un diario  de los placeres y dolores de su cuerpo. Este culminará prácticamente con la muerte anciana del protagonista. Es tan físico este diario que no ahorra escatologías, ya excrementicias ya doctrinales. Pero cuando alguna anotación tiende a traspasar la epidermis y rozar lo sentimental, el protagonista se detiene para no torcer su físico propósito.

El otro día, a propósito del cuento de Borges Historia de los dos que soñaron, pedí a mis alumnos y alumnas que transformaran el final de este relato de tal modo que lo contara un narrador protagonista en forma de diario, especialmente una vez que el capitán de Isfaján cuenta su sueño al hombre de El Cairo. Pues bien, yo quisiera saber quién nos  adieta a los hombres el autoconocimiento. ¿Lo nuestro es lenta maduración o desatino programado ? Abrumado pude comprobar que a los adolescentes, chicos o grandes, nos falta  fondo de "almario". Me explico: nos falta tentarnos el alma, meter las manos dentro y manosearnos y ensancharnos para comprender nuestras angustias, nuestros miedos y nuestras ilusiones. No todas pero bastantes de mis alumnas hicieron oportunamente la actividad: encabezamiento con fecha, tono reflexivo más que narrativo en el que valoraban cómo el hombre de Isfaján había desperdiciado su sueño. En cambio, ningún chico  rozó un final en forma de diario. A lo más que llegaron  fue a contarlo en primera persona. Pero ni tono reflexivo ni fecha que lo enmarque. Todo un síntoma de almas solares, diáfanas... sin espesura, sin fondo.