lunes, 30 de enero de 2012

Del directo discurso al indirecto estilo

Para trasegar en boca ajena las palabras propias, no siempre el proceder mimético es el más ajustado. Los estilos comunicativos, los matices y las intenciones de quienes dialogan quizá queden más oportunamente reflejados si seleccionamos las intervenciones más sugerentes y relevantes, las que mejor definen el carácter y la actitud de los personajes.

Veámoslo en la transformación del siguiente fragmento de la novela de Delphine Bertholon Nunca olvides que te quiero:

" R. simplemente apesta, aunque siempre vaya bien afeitado, lleve camisas perfectamente planchadas y corbatas con flores, como si acabara de salir de un trabajo muy serio (a veces habla de la «Compañía», pero no tengo ni idea de qué compañía se trata).
— ¿Por qué no tiene hijos?
Se rascó la parte de arriba de la frente (aquel punto que recuerda un acantilado
porque su pelo cae como en cascada), lo que significa: No tengo intención de
responderte.
—Tampoco está tan mal. En serio. ¿Sigue sin tener novia? Seguro que gusta a las chicas... ¿No?
—No.
—Vamos a ver, ¿qué edad tiene?
—Muchas preguntas haces hoy. ¿Por qué no lo has preguntado antes si te
interesaba tanto?
—Antes no me interesaba. Ahora sí.
—¿Es por culpa del cuaderno? ¿De lo que escribes ahí?
—¿Por qué responde a mis preguntas con preguntas? Eso es un coñazo.
La mano que rascaba su acantilado fue a meterse entre sus muslos.
—Tengo treinta y un años. Es decir, en octubre.
—¿Ah, sí? ¿Es Libra o Escorpión?
—¿Te gusta la astrología? Te creía más inteligente. Eso son sandeces.
Me ponía tan nerviosa que no respondiera lo que yo quería saber que pasé a la
técnica del enfurruñamiento: cruzo los brazos, frunzo las cejas y echo los labios tan adelante como puedo, funcionaba requetebién con mamá. R. soltó un suspiro como mi globo que se deshincha.
—Escorpión, para tu información.
Pensé: «¡Me extraña!». Pero dije:
— ¿Y cuántos días faltan exactamente para su cumpleaños? ¿Podría
hacerle un dibujo, escribir una poesía, algo así?
Abrió la boca pero volvió a cerrarla. Durante el segundo en que la mantuvo
abierta, mi corazón pareció que iba a desengancharse como una vagoneta de una atracción de feria en una curva. Se levantó de la cama demasiado deprisa.
—Es tarde. Tengo que fregar los platos.
Cogió la bandeja de mi cena y se dispuso a salir.
—Pero ¿qué le importa? ¿Por qué no quiere que sepa el tiempo que llevo aquí? ¡Ya está bien, mierda! ¡Tengo derecho a saberlo!
Estaba de pie en la cama, metida en aquella cutrez de pijama de Winny el Osito como todas las cutreces que me obliga a ponerme. Además, ¡este pijama está desgarrado! Me entraron ganas de llorar, pero había llorado tanto antes que ya no me quedaban lágrimas, y ya había aprendido a transformarlas en salidas desagradables.
—¡Pues haga un hijo en vez de coger los que no son suyos! ¡De todos modos me están buscando! ¡No han dejado de buscarme! ¡No me creo nada de sus trolas! ¡Me buscan y algún día me encontrarán porque es imposible que no lo hagan y usted se pasará la vida en una asquerosa cárcel!
Se cerró el pestillo. Seguí gritando, pero no mucho tiempo".

Posible transformación en discurso indirecto:

Aquella mañana intenté otra estrategia para camelarme a R. Es superior a mis fuerzas; por más que se limpie, se afeite y se perfume, apesta. Aunque se ponga sus camisitas perfectamente planchadas y sus corbatas de flores. Empecé, como quien no quiere la cosa, por interesarme por su vida. Quería ganarme su confianza. Le pregunté que por qué no tenía hijos si estaba de buen ver. Me interesé por su edad pero él se mostraba receloso y prudente; dudaba de mi repentino interés y en sus preguntas se mostraba el reproche. Cuando ya veía que me intentaba acorralar con lo del cuaderno, entonces aparentaba estar indignada y cansada de su actitud. 

Ese juego entre atención e indignación hizo que me revelara su edad: 31 años en octubre. Por fin un dato que me permitiera averiguar cuanto tiempo llevaba encerrada. Le pregunté por su horóscopo y, al ver que no me quería responder, volví a la táctica del enfurruñamiento. Escorpión. ¡Bien, aquello funcionaba! Ya solo me faltaba desentrañar cuánto faltaba para su cumpleaños. Cuando le dije que quería saberlo para hacerle un regalo muy personal, casi lo consigo. Durante un segundo abrió la boca y mi corazón pareció que iba a desengancharse como una vagoneta de una atracción de feria en una curva. Pero volvió a cerrarla y se levantó de la cama demasiado deprisa. 

Entonces, no pude más y le rogué, le exigí y le amenacé. Una vez más, ante tanta impotencia, me entraron unas ganas enormes de llorar pero, en ausencia de lágrimas, había aprendido a responder desagradablemente. Le dije que se dedicara a hacer sus propios hijos en lugar de robar los ajenos. Le avisé de que estaba segura de que me estaban buscando y que algún día el se pudriría en la cárcel.

Finalmente, se cerró el pestillo y seguí gritando pero no por mucho tiempo.

lunes, 16 de enero de 2012

Café en flor

Es curioso el azar. A veces crea formas imprevistas que engalanan las tardes invernales. Eso sí, para descubrir el prodigio, el albur nos tiene que pillar trabajando (hay que estar en la cafetería adecuada a la hora oportuna y estar dispuesto a  mirar cara a cara al café antes de que azúcar y cucharilla se arremolinen en la taza). Tal la escritura, que requiere la atenta ronda de los sentidos ante la realidad que nos concierne, ya sentida, ya presentida. Y sólo entonces, el feliz hallazgo: rem tene, verba sequentur.