domingo, 16 de septiembre de 2012

Regomeyo

Según el DRAE, la palabra regomeyo tiene dos acepciones, una física y otra moral. En la primera se habla de un "malestar físico que no llega a ser un verdadero dolor". Para entendernos, podríamos considerarlo como algo emparentado con la molestia, el microdolor...; algo así como el escozor que produciría el roce del aguijón de un mosquito desganado e imberbe.

Por otro lado, la definición moral alude a un "disgusto que no se revela al exterior". Supongo que el aserto querrá decir que no se revela de forma explícita y notoria pues, aunque no sea abundante, si somos personas observadoras, podremos apreciar el regomeyo a nuestro alrededor. 

También menciona el Diccionario que estos términos son característicos de Andalucía y Murcia. Y, hasta donde yo alcanzo, es en su sentido "interior" como más se utiliza de forma coloquial. En este caso el regomeyo sería algo así como un leve disgusto, escrúpulo, incomodidad, contrariedad, desazón o desagrado cuya expresión casi siempre se comunica a través del rostro o de forma íntima, nunca mediante proceder estentóreo: una sutil mordida del labio inferior; un rosado azoramiento de mejillas; una mirada apurada, incierta y suspensa...

Por lo tanto, lo que caracteriza al regomeyo no es tanto la causa que lo origina como la forma de insinuarlo. El disgusto puede estar producido tanto por un agravio, como por una acción inoportuna o una ocasión perdida. Pero nunca el aspaviento delatará la aflicción.

Y como tengo el placer de frecuentar y haber frecuentado a personas apasionadamente regomeyosas, he dado en pensar que el regomeyo es consustancial tanto a la bondad como a la sabiduría. A la bondad porque esa desazón condesciende con las debilidades humanas y más que la increpación pretende el reconocimiento. A la sabiduría porque "ubi humilitas ibi sapientia". Y humilde se muestra quien siente regomeyo pues quizá su inquietud sea infundada, pasajera, y no merezca su entorno acrecentamiento de pesares. Mosquitos más severos ya nos escuecen el ánimo. Por cierto, no estaría mal que nos tentáramos el alma, no vaya a ser que andemos cortos de regomeyo y nos convenga pedir favor a labios, mejillas y ojos apasionados.