miércoles, 30 de noviembre de 2011

Solicitudes y peticiones

Imaginemos por un momento que hay una frutería al lado de mi casa. El frutero es atento, cordial (me llama vecino desde la primera vez que fui), tiene buena fruta, me la da a probar antes de comprarla, no me ofrece la verdura cuando no la estima buena aunque yo la necesite. Eso sí, la que no me recomienda sigue en las estanterías, ¿a quién se la venderá?… Pero hay un inconveniente: en mi barrio hay serios problemas de aparcamiento. Desde las ocho de la mañana no queda un hueco por cubrir y mi frutero, que lo sabe, siempre deja su camión, casi como almacén, justo al lado de la cochera de mi residencial, con lo cual dificulta la visibilidad para salir hacia la izquierda y, más de una vez, hemos tenido un susto.

Lo hemos animado verbalmente para que traslade su camión de sitio y lo ponga allí donde no limite la vista cuando salimos de nuestra cochera, pero él dice, con razón, que no está cometiendo ninguna ilegalidad y si lo traslada de sitio, o bien tapa la vista de su negocio o bien se aleja del mismo con el consiguiente engorro que ello le supone. Ante esta tesitura, quienes sufrimos su camión, hemos decidido realizar un escrito conjunto, firmarlo y hacérselo llegar por ver si la unión hace la fuerza.
¿Cómo  haríamos el escrito teniendo en cuenta que algunas personas casi se encuentran en proceso de abierta enemistad con el frutero? ¿Qué información debería incluir el documento? ¿Qué tono convendría darle: severo, conciliador, exigente, implorante, irónico?

A mi frutero le gusta acariciar las palabras (con frecuencia llega al manoseo) casi más que las frutas y las verduras. E incluso más que el peculio. Lo suyo es vocación palabrera. En unos largos, densos y a veces errados escritos que distribuye por las paredes de su local, se enorgullece de la calidad de sus productos y de su dedicación sin límite al servicio del vecindario. Por tanto, tenemos que cuidar la expresión si queremos torcer su voluntad.

Así pues, un grupo de damnificados nos reunimos en comisión con el fin de preparar la estrategia textual más oportuna. ¿Qué tal si empezamos con un Amigo frutero que muestre afecto y cercanía? Habrá, seguro, a quien le parezca excesivo, pero lo que queremos es no llevarnos sustos cuando salgamos de la cochera. Algún vecino rumboso, a quien el cuerpo le pide mucha ironía, comenta: “Por qué no empezamos: “Frutero de nuestras entrañas, cuando le vemos trajinar con el género, no podemos menos que pensar: qué blando con las lechugas, qué duro con las berenjenas…”

Está claro que no podemos utilizar un tono irónico, por más desahogo que nos produjera, pues así sólo  conseguiríamos alejarnos de nuestro propósito. Tampoco podemos excedernos en el halago ni en el afecto ya que no queremos ser malentendidos. Es precisamente esa inmoderada cercanía la que nos empacha cuando vamos a comprarle.

Una vez resuelto que el tono ha de ser cortés pero formal, hemos de empezar el escrito con una exposición de hechos. Aquí la discusión se centra en los detalles. Establecemos una relación de los perjuicios que nos ocasiona el aparcamiento del camión y una amplia retahíla de los casos en que hemos estado a punto de tener un disgusto. Lo primero para que se note que la solicitud no es producto de un capricho y lo segundo para dar más dramatismo y remover el corazón frutero. Aquí coincidimos en que hay que mencionar que la salida se produce en cuesta, con lo cual es más difícil prever una contingencia. Como elemento de fuerza hay que añadir que, con frecuencia, hay coches aparcados en doble fila frente a su frutería que aún dificultan más la visibilidad, en este caso hacia la derecha. Ya en faena, alguien se anima y propone recordarle al frutero que él mismo alienta para que se aparque en doble fila pues “es un momentito y no molesta”. Como no puede ser de otro modo, observamos que, con reproches, no vamos a llegar muy lejos.

Tras los hechos, tenemos que solicitar al frutero lo que tanto ansiamos. Pero no podemos decirle simplemente “cambie usted el camión de sitio”. Tenemos que adelantarnos y proponerle alternativas, cuál es el lugar que a todos conviene y a nadie estorba: en la misma acera junto a local que se alquila; justo frente a la frutería; a la vuelta de la esquina. Hay que sopesar los beneficios para él y para el vecindario. Siete metros de distancia con respecto a la ubicación actual no sobrecargarían el acarreo del género y, en cambio, las personas enconadas notarían otro brillo en sus peras.

Finalmente, nos queda agradecer su atención de manera afectuosa y empática, de tal manera que se note nuestra deseo de acuerdo (no olvidemos que estamos intentando que alguien cambie su voluntad y se ponga en nuestro lugar). Tiempo habrá para otras misivas más exigentes y conminatorias si no se aviene con nuestras necesidades.

Ahora toca ponerse a escribir negro sobre blanco todo lo acordado. ¿Quién se hará cargo? Las miradas al reloj y los soplos sorpresivos anticipan las huidas. Se acaba la reunión y me toca a mí intimar con mi imaginario frutero. ¿Quién me puede ayudar?

Según la primera acepción del diccionario de la R.A.E. solicitar es “pretender, pedir o buscar algo con diligencia y cuidado”. Aunque, si hoy en día nos referimos a una solicitud, parece que sólo nos estemos refiriendo al impreso llamado instancia que tiene formalizado cada organismo público. Este es un ejemplo, como señala Francisco Rico en un reciente artículo, de “cómo los lenguajes sectoriales colonizan la realidad” y nos dejan “a las buenas gentes de a pie (…) sin opinión y sin lengua”.
En nuestra vida diaria, también necesitamos, llegado el caso, realizar solicitudes, súplicas, demandas, reclamaciones,… a personas, empresas u organismos privados. Y tenemos que hacerlas como se dice del verbo “con diligencia y cuidado”. Pedir y que nos den es todo un arte discursivo que exige equilibrio para no pasarse ni quedarse corto. No hablamos ya sólo de reclamar, porque entonces los derechos priman y podemos permitirnos el lujo de tener menos tiento. Pensamos en casos como el del frutero o en otros como que el catalizador de nuestro coche o aún más grave, el árbol de levas, se haya roto justo un mes después de que se agotara el plazo de la garantía. ¿Qué podemos hacer? ¿Nos conformamos resignadamente con nuestra suerte o mejor nos ponemos en contacto con nuestro taller oficial para informar de lo sucedido con la intención de que nos puedan plantear alguna solución que al menos aminore el coste de la reparación? Con diligencia y cuidado quizá podamos conseguir que no nos cobren la mano de obra o nos reduzcan en un porcentaje el coste de las piezas. Incluso que nos traten como en periodo de garantía. Y eso, aunque pensemos que quién nos mandaría comprar semejante coche.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Cartas y Nuevas cartas a un joven poeta

Los libros se publican para ser leídos. Pero su fortuna, salvo poderosos marquetines, es muy azarosa. A veces tendrán lecturas contemporáneas; en otras, serán recuperados por la posteridad. Muchos serán olvidados y algunos fecundarán nuevas escrituras así que pasen cien años.
En ellas lo orienta y anima en el quehacer poético y, a la par, reflexiona sobre la poesía, el amor, la soledad, la vida y la muerte. Póstumamente (1929), serán publicadas con el título de Cartas a un joven poeta.

En 2009, Joan Margarit , Premio Nacional de Poesía 2008 por su libro Casa de misericordia, publica Nuevas cartas a un joven poeta. En estas cartas (que no lo son), Margarit les rinde reconocimiento a las de Rilke: “En ellas aprendí algunas verdades, sobre mí mismo y sobre la poesía, que me han acompañado siempre”. Sin destinatario individual (“Me dirijo a alguien que no me ha escrito. Alguien que, supongo, nunca me escribirá”.), nos muestra su ideario poético y nos declara su comprensión sobre la poesía y la vida. Sobre la poesía escrita, publicada y leída; esa que está ceñida por la emoción.

En este texto emulativo, desde el título y la estructura, Margarit trata de la poesía y aconseja sobre ella con presupuestos semejantes a los de Rilke. Está dividido en diez secciones que tratan tanto de la escritura como de la lectura poéticas: de los comienzos en la escritura y en la publicación de poemas; de la necesidad, la inspiración, la lectura y el entendimiento poéticos; de las relaciones entre la poesía y la literatura, la tradición, la filosofía, la religión, el amor; y de la poesía y la soledad. Algunos de los principios básicos de la poesía en ambos escritores son:

•        La poesía como necesidad: quien se siente poeta no duda, construye su vida conforme a ese impulso y necesidad.
•        Todo poeta tiene que excavar en las propias profundidades.
•        Hay que empezar por  lo conocido y por lo que resulta más cercano.
•        Encontrar la propia voz requiere un proceso calmado de crecimiento.
•        El destino del poeta está asociado a la soledad.
    Las novelas y los relatos dejan un poso de experiencia que formará parte de la urdimbre del poeta.
•        Hay que evitar el ruido social.

La novedad de estas nuevas cartas está en los matices y en las metáforas. La poesía requiere esfuerzo pero es accesible a cualquiera pues habla de los laberintos de cada quien y de las galerías de la mina que somos. El poema es así una epifanía que intenta dar traslado al flash que el poeta tiene en su mente, en el intento de que las palabras “no hagan perder la concisión, la exactitud y la intensidad de las emociones”.  Y esas emociones tienen que ver con el amor y con el dolor (Es curiosa su definición de amar: “A la acción de convertir algo en símbolo y protegerse en él la llamamos amar”). De ahí la necesidad de la poesía, pues nos refugia y nos consuela (“La poesía quizá no es gran cosa, pero más dura es la intemperie sin los versos. En este sentido, la poesía es la última Casa de Misericordia.”)
Los consejos se encuentran entre lo más inspirado. Su experiencia sugiere cautela ante las premuras por publicar; antes hay que encontrar la propia voz, el bagaje emocional. Así se evitarán arrepentimientos como el que le llevó a comprar su primer libro en una librería de segunda mano.
Sólo vale la poesía que se entiende, la que permite pensar sobre  el poema y nos transforma. De ella no se sale igual que se ha entrado (“Al acabar de leer un buen poema ya no somos los mismos”). Dice Margarit que el poema es una caja negra: entra una información y sale otra sin que sepamos qué ha pasado dentro.  Si tras leer el poema nuestro desorden interior (miedos, tristezas, pérdidas) es menor y el consuelo mayor, se ha entendido. Y esto sucede porque la poesía es la más exacta de las letras pues introduce orden ya que dice “justo lo que necesita un lector futuro aunque él no lo sepa”.

En cuanto a la originalidad y la tradición, propone la alternativa de la inteligencia sentimental, mesurada síntesis que desconfía de la ausencia de reglas y se abre a todo tipo de posibilidades formales. No pretende literaturizar la vida como románticos o vanguardistas sino echar mano de la experiencia de los sentimientos; esto es, hacer uso del sentido común.

Para conseguir el propio matiz hay que leer e imitar a los grandes poetas. Copiar a mano e imitar el tema, el tono, el estilo,… El poeta ha de andar entre la humildad (que no la reverencia) y la osadía. Y osadía muestra cuando, al hablar de las relaciones entre la poesía y la religión, caracteriza gran  parte de la poesía mística como “calenturas de santos”. O  cuando al hablar de los filósofos dice que, con sus apriorismos, no han aportado mucho ni a la comprensión ni al gozo de la poesía.

Recomienda al joven poeta, en fin, evitar la autocomplacencia, no despreciar la crítica negativa, alejarse del faranduleo poético y cultivar, con Rilke,  la soledad. Pues un poeta “da miedo por la verdad que busca y la soledad que trae”.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Juan Ramón Jiménez y Georgina Hübner


Las relaciones entre la realidad y la ficción son lábiles. A veces, son semejantes y reconocibles. En otras, la oscuridad real es espejada por la luz ficticia. Pero donde más se exhibe la necesidad humana de ficción es en la verdad de su mentira, como diría Vargas Llosa, en su influjo para engendrar realidad. 

Un curioso ejemplo del real poder de la ficción nos lo muestra el caso de la relación entre Juan Ramón Jiménez, el escritor más influyente en la poesía española moderna, y Georgina Hübner, joven lectora incondicional. Leamos con gozo tanto el poema elegiaco que JRJ escribe a la muerte de su admiradora limeña, como el texto de Eduardo Galeano que, con sutileza, revela el sentido de la relación.


Carta revivida a Georgina Hübner en los cielos de Lima

(...Pero a qué le hablo a usted de mis pobres cosas melancólicas: a usted a quien todo lo sonríe!...con un libro entre las manos, ¡cuánto he pensado en usted, amigo mío!
...Su carta me dio pena y alegría. ¿Por qué tan pequeñita y tan ceremoniosa?

Cartas de Georgina — verano de 1904)


El cónsul de Perú me lo dice: «Georgina
Hübner ha muerto».
...Has muerto. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿En qué día?
¿Qué oro, al despedirme de mi vida un ocaso,
iba a rozar la dejadencia de tus manos
cruzadas, en sus tallos, sobre el parado pecho,
como dos lirios malvas ya planos de su peso?

Ya se pegó tu espalda para siempre a la tabla,
tus piernas están ya para siempre cerradas.
(Sobre el tierno verdor de tu reciente fosa,
el sol poniente ya inflamará los chuparrosas?)
Ya está más fría y más solitaria la Punta
que cuando tu la viste, huyendo de esa tumba,
aquellas tardes en que tu ilusión me dijo:
«¡Cuánto he pensado en usted, amigo mío!».

¿Y yo, Georgina, en ti? Yo no sé cómo eras.
Morena, casta, triste? Sólo sé que mi pena
parece una mujer, tú, tú que estás sentada,
llorando, sollozando al borde de mi alma.
Sé que mi pena tiene esta letra suave
que venía en un vuelo atravesando mares,
para llamarme «amigo»... o algo más... No sé... algo
que sentía tu corazón de veinte años.

(Me escribistes: «Mi primo me trajo ayer su libro».
¿Te acuerdas? Y yo, pálido: «Pero usted tiene un primo?»

Quise entrar en tu vida y ofrecerte una mano
limpia como una llama, Georgina... En cuantos barcos
partían fue mi loco corazón en tu busca.
Yo creía encontrarte pensativa en La Punta,
con un libro en las manos, como tú me escribías,
soñando entre las flores refrescarme la vida.

Ahora, el barco en el que iré una noche a buscarte,
no saldrá de tal puerto ni surcará los mares;
irá por lo infinito, con la proa hacia arriba,
buscando como un ánjel una celeste isla...
Y... ¡Georgina, Georgina, qué cosas! mis dos libros
los tendrás en tu falda, y ya le habrás leído
a Dios algunos versos... Tú hollarás el poniente
en que mis pensamientos dramáticos se mueven.
Desde ahí, tú sabrás que esto no vale nada;
que, quitado el amor, lo demás son palabras.

¡El amor, el amor! ¿Tú sentiste en tus noches
la llamada lejana del mis ardientes voces,
cuando yo, en las estrellas, en la sombra, en la brisa,
esclamando hacia el sur, te llamaba «¡Georginaaa!».
Una onda, quizás, del aire que llevaba
el profundo sentir de mis rotas nostaljias,
pasó junto a tu oído? ¿Tú supiste de mí
los sueños de la casa, los besos del jardín?

¡Cómo se rompe lo mejor de nuestra vida!
Vivimos ¿para qué? Parar mirar los días
de fúnebre color, sin cielo en los remansos;
para tener la frente caída entre las manos;
para anhelar, cantándolo, lo que está siempre lejos;
para no pasar nunca el umbral del ensueño.
...Sí, Georgina, Georgina; para que tú te mueras
una tarde, una noche... ¡y sin que yo lo sepa!

Y el cónsul del Perú me lo dice: «Georgina
Hübner ha muerto».
Has muerto. Estás sin alma en Lima,
tupiendo rosa encima, debajo de la tierra...
Y si en ninguna parte nuestros brazos se encuentran
¡qué niño idiota, hijo del odio y el rencor,
hizo el mundo jugando con pompas de jabón!
Juan Ramón Jiménez
 

Las cartas

Juan Ramón Jiménez abrió el sobre en su cama del sanatorio, en las afueras de Madrid. Miró la carta, admiró la fotografía. Gracias a sus poemas, ya no estoy sola. Cuánto he pensado en usted!, confesaba Georgina Hübner, la desconocida admiradora que le escribía desde lejos. Olía a rosas el papel rosado de aquella primera misiva, y estaba pintada de rosáceas anilinas la foto de la dama que sonreía, hamacándose, en el rosedal de Lima.

El poeta contestó. Y algún tiempo después, el barco trajo a España una nueva carta de Georgina. Ella le reprochaba su tono tan ceremonioso. Y viajó al Perú la disculpa de Juan Ramón, perdone usted si le he sonado formal y créame si acuso a mi enemiga timidez, y así se fueron sucediendo las cartas que lentamente navegaban entre el norte y el sur, entre el poeta enfermo y su lectora apasionada. Cuando Juan Ramón fue dado de alta, y regresó a su casa de Andalucía, lo primero que hizo fue enviar a Georgina el emocionado testimonio de su gratitud, y ella contestó palabras que le hicieron temblar la mano.

Las cartas de Georgina eran obra colectiva. Un grupo de amigos las escribía desde una taberna de Lima. Ellos habían inventado todo: la foto, las cartas, el nombre, la delicada caligrafía. Cada vez que llegaba carta de Juan Ramón, los amigos se reunían, discutían la respuesta y ponían manos a la obra. Pero con el paso del tiempo, carta va, carta viene, las cosas fueron cambiando. Ellos proyectaban una carta y terminaban escribiendo otra, mucho más libre y volandera, quizá dictada por esa mujer que era hija de todos ellos, pero no se parecía a ninguno y a ninguno obedecía.

Entonces llegó el mensaje que anunciaba el viaje de Juan Ramón. El poeta se embarcaba hacia Lima, hacia la mujer que le había devuelto la salud y la alegría. Los amigos se reunieron de urgencia. ¿Qué podían hacer? ¿Confesar la verdad? ¿Pedir disculpas? ¿De qué serviría tamaña crueldad? Mucho debatieron el asunto. En la madrugada, al cabo de algunas botellas y de muchos cigarros, tomaron una decisión. Era una decisión desesperada, pero no había otra. Y sellaron el acuerdo: en silencio, encendieron una vela y soplaron todos a la vez.

Al día siguiente, el cónsul del Perú en Andalucía golpeó a la puerta de Juan Ramón, en los olivares de Moguer. El cónsul había recibido un telegrama de Lima: Georgina Hübner ha muerto.

Eduardo Galeano

jueves, 17 de noviembre de 2011

Espejos

En esta obra, Eduardo Galeano da cuenta de la historia humana, tanto desde el punto de vista de quienes tienen responsabilidades y notoriedad como de quienes sufren el silencio y la incomprensión. Eso sí, con atención preferente al reflejo menos conocido del espejo humano. Los microtextos que forman este catálogo de pasiones, miserias y grandezas están cargados de sensibilidad, fina ironía y certeros desvelos.

El recorrido por el abanico de casos y tipos es mítico, religioso, histórico y geográfico. Comienza  con relatos etiológicos y fundacionales que muestran, con una aterciopelada fuerza descriptiva,  los claroscuros del mito y de la religión. Estos microrrelatos nos esclarecen que éramos bichos destinados a la noche y a la selva pero supimos perdurar. Nuestro origen está asociado a la caverna, la negritud y la geografía africana. “¿Adán y Eva eran negros?” Estos fogonazos textuales cuestionan las herencias transmitidas. También los hay que tratan de “los placeres y dulzores de la vida trabajada” como los de Breve historia de la cerveza o Breve historia del vino 

Los grandes hitos de la civilización o la barbarie humana, del progreso o del regreso, están representados mediante la sucesión de teselas individuales y colectivas que forman el mosaico de la historia casi universal: los adelantados a su tiempo, las grandes maltratadas y olvidadas, las revoluciones sociales, los invasores descubrimientos, el nutrido compendio de guerras,… Aquí resultan admirables los textos que, a partir del anecdotario concreto, alumbran la  historia universal de la infamia hacia la mujer. No hay geografía ni momento que las libre: egipcias, hebreas, hindúes, chinas, mexicanas, cristianas, medievales, revolucionarias, madres de la Plaza de Mayo…
Asimismo, los grupos humanos y las individualidades más ninguneadas tienen su justa presencia: los negros, los indígenas, los olvidados del presente y los recordados del futuro, los redescubiertos, la periferia económica, cultural y geográfica.La última parte del libro, entre la desesperanza y la duda, describe el horror del siglo XX: guerras disfrazadas, mentidas, voraces, matamundos y peligros en la selva, en la tierra, en los montes, en las nubes, en el cielo, en la noche… El XXI “que también nació anunciando paz y justicia, está siguiendo los pasos del siglo anterior.”
¡Cuánto amor y cuánto dolor destila este buen libro! En él se mezclan sabiamente la historia colectiva con el fogonazo personal para mostrarnos, sobre todo, la intrepidez de algunas y la ignorancia de muchos. Enciclopedia de instantes, la dimensión de sus textos y las sorpresas que aporta,  la hacen  muy apta para trabajar en las clases de la mayoría de áreas de la Educación Secundaria. No estaría de más que, quienes nos han de reanudar, descubrieran las caras ocultas de la historia. Quizá cumplan mejor sus promesas.

viernes, 11 de noviembre de 2011

El olvido que seremos

El descorazonador título de este libro responde a unos versos finales hallados en el bolsillo de un pantalón. Dos muertes centran el relato: la de Marta y la de Héctor Abad Gómez.
Esta mezcla de novela y biografía familiar cuenta, por sobre todo, el profundo amor que el hijo Héctor le tiene a su padre Héctor Abad Gómez: médico, profesor, defensor de Derechos Humanos y combatiente de desigualdades. Y aunque se narran hechos de cruenta y triste realidad, el adelantado ejemplo de la relación padre-hijo nos hace mejores personas.
Para mostrar la sencilla pero efectiva pedagogía paterna, valgan estos tres fragmentos casi iniciales:

Mi papá me dejaba hacer todo lo que yo quisiera. Decir todo es una exageración. No podía hacer porquerías como hurgarme la nariz o comer tierra; no podía pegarle a mi hermana menor ni-con-el-pétalo-de-una-rosa; no podía salir sin avisar que iba a salir, ni cruzar la calle sin mirar a los dos lados; tenía que ser más respetuoso con Emma y Teresa- o con cualquiera de las otras empleadas que tuvimos en aquellos años: Mariela, Rosa, Margarita- que con cualquier visita o pariente; tenía que bañarme todos los días, lavarme las manos antes y los dientes después de comer, y mantener las uñas limpias…Pero como yo era de una índole mansa, esas cosas elementales las aprendí muy rápido. A lo que me refiero con todo, por ejemplo, es a que yo podía coger sus libros o sus discos, sin restricciones, y tocar todas sus cosas (la brocha de afeitar, los pañuelos, el frasco de agua de colonia, el tocadiscos, la máquina de escribir, el bolígrafo) sin pedir permiso. Tampoco tenía que pedirlo plata. Él me lo había explicado así:

-Todo lo mío es tuyo. Ahí está mi cartera, coge lo que necesites. (…)

Cuando me doy cuenta de lo limitado que es mi talento para escribir (casi nunca consigo que las palabras suenen tan nítidas como están las ideas en el pensamiento; lo que hago me parece un balbuceo pobre y torpe al lado de lo que hubieran podido decir mis hermanas), recuerdo la confianza que mi papá tenía en mí. Entonces levanto los hombros y sigo adelante. Si a él le guastaban hasta mis renglones de garabatos, qué importa si lo que escribo no acaba de satisfacerme a mí. Crep que el único motivo por el que he sido capaz de seguir escribiendo todos estos años, y  de entregar mis escritos a la imprenta, es porque sé que mi papá hubiera gozado más que nadie al leer todas estas páginas mías que no alcanzó a leer. Que no leerá nunca. Es una de las paradojas más tristes de mi vida: casi todo lo que he escrito lo he escrito para alguien que no puede leerme, y este mismo libro no es otra cosa que la carta a una sombra. (…)

Mis amigos y mis compañeros se reían de mí por otra costumbre de mi casa que, sin embargo, esas burlas no pudieron extirpar. Cuando yo llegaba a la casa, mi papá, para saludarme, me abrazaba, me besaba, me decía un montón de frases cariñosas y además, al final, soltaba una carcajada. La primera vez que se rieron de mí por “ese saludo de mariquita y niño consentido”, yo no me esperaba semejante burla. Hasta ese instante yo estaba seguro de que esa era la forma normal y corriente en que todos los padres saludaban a sus hijos. Pues no, resulta que en Antioquia no era así. Un saludo entre machos, padre e hijo, tenía que ser distante, bronco y sin afecto aparente.
(…)

La ternura y la confianza son los ingredientes principales para que un hijo quiera a un padre.

Llama la atención en esta obra la sabia mezcla de felicidad y tristeza con que se cuenta la vida de una familia de clase media a la que la enfermedad y la violencia le roban la alegría de vivir. Asimismo, destaca la honestidad con que Faciolince muestra su alma herida y el valor con que denuncia cómo la sociedad colombiana, gobernada por la violencia paramilitar, devasta la vida de las personas.

El narrador nos mostrará la excepcional vida de su feliz familia, con el padre y su hermana Marta como personajes que centran la historia. Ambos irradian alegría y optimismo. Como cualquier persona tienen sus virtudes y sus defectos. El padre es muy cariñoso aunque no se hace cargo de las cuentas de la familia.  Marta tiene el don de la música pero es una alocada.   Un día, la desgracia (que se lleva el talento de Marta) y la perversión social (que amenaza y mata a su padre) asolan ese paraíso terrenal.

Y aunque el tono final es desalentador (“Los libros son(…) un intento desesperado por hacer un poco más perdurable lo que es irremediablemente finito”.) el narrador-autor sigue deseando que quepa la esperanza: “Y si mis recuerdos entran en armonía con algunos de ustedes, y si lo que yo he sentido (y dejaré de sentir) es comprensible e identificable con algo que ustedes también sienten o han sentido, entonces este olvido que seremos puede postergarse por un instante más, en el fugaz reverberar de sus neuronas, gracias a los ojos, pocos o muchos, que alguna vez se detengan en estas letras.”

Para quien lo leyó, este libro ya forma parte del recuerdo que somos.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Los huesos de Descartes

  Este libro es un claro ejemplo de que el tema no suele ser el problema para que una lectura resulte insufrible. Incluso la complejidad de la ciencia y la abstracción de la filosofía pueden resultar entretenidas si se cuentan con ingenio y ocurrencia, si se administra bien la oportuna dosis de ideas generales y anécdotas jugosas. A partir de una oportuna selección de hechos y personajes relacionados con los avatares de los huesos de Descartes, vamos asistiendo, como sin notarlo, al sinuoso desarrollo del moderno pensamiento europeo.


Las uniones y disociaciones entre razón y fe, mente y cuerpo,  tienen una ejemplar muestra en el cuerpo y la cabeza de Descartes. Tras su muerte por pulmonía y entierro en tierras suecas en 1650, el cráneo del filósofo que inaugura la modernidad gozará de un peregrinaje que se inicia con un robo en 1666 y acaba, por el momento, con su estancia en el Musée de l'Homme, el gran museo de antropología de París. Entre medias, aparecen funcionarios, empresarios de casinos, hombres de ciencia, pseudorrevolucionarios, monarcas, poetas,... Y al hilo de la reconstrucción del itinerario del cráneo y de las reliquias, nos vamos enterando tanto de la intrincada e imparable difusión del cartesianismo, como de la construcción de la ciencia moderna, con sus luces y sus sombras.
Así, estaremos al tanto de los enconos que provoca el método cartesiano en el catolicismo ya que cuestiona indirectamente alguno de sus cimientos como el asunto de la transustanciación. También nos enteramos de las incertidumbres científicas, los errores encubiertos y aceptados en torno al sistema métrico decimal, o de curiosas teorías, con rango de ciencia en su época, como el mesmerismo o la frenología. Ambas produjeron anécdotas curiosas. El mesmerismo o teoría del  "magnetismo animal", desarrollada por Franz Mesmer, provocó que los miembros de la Academie de Sciences se reunieran en 1748 para comprobar la base científica de dicha teoría. La técnica "usaba imanes, miradas intensas y prolongadas, y presión en manos y brazos, para provocar cambios en los pacientes, con el argumento de que dentro del cuerpo humano había un fluido desconocido, cuyo movimiento semejante al de las mareas podía curar las enfermedades”. Las grandes estrellas de la ciencia del siglo XVIII (Lavoisier, Guillotin,...) revisaron la teoría. Hicieron creer ficticiamente a algunos pacientes que estaban siendo mesmeriazados. A otros los magnetizaron sin que lo supieran. Como resultado, los primeros expresaron sentirse mejor y los segundos, los magnetizados, no notaron cambio alguno. Los expertos concluyeron de forma ineluctable que las pruebas únicamente confirmaban "los efectos de la imaginación". Desde entonces, el mesmerismo dejó de ser ciencia y pasó a ser atracción de feria.
Tendremos noticia de hombres que disertan en cuerpo y alma en su búsqueda de la certeza, aun a pesar de que su intento sea vano, pues la certidumbre, como expresa el filósofo John Dewey, no existe en el mundo real.  Berzelius, Delambre, Cuvier, Wagner,Flourens, Broca, Gratiolet, Gall indagarán sobre la autoría de los huesos de Descartes y expondrán sus teorías tomándo como ejemplo su cráneo.
Como dice Russell Shorto en el último capítulo, "parte del legado de la modernidad ha sido la idea de que sus valores centrales de democracia y libertad individual tienen la fuerza de lo inevitable". Pero no queda más remedio que reconocer que no se han extendido a todo el mundo y además son frágiles y efímeros. Habla el autor, siguiendo a Jonathan Israel, de que la madurez de la modernidad produjo una división en tres campos: el teológico, el de la Ilustración radical y el de la Ilustración moderada, que aún se mantienen. La fe ha producido y produce innumerables monstruos; también la razón, pues "guiarse por la razón no es lo mismo que estar en lo cierto". Por eso, con juiciosa cordura, Shorto propone el encuentro de razón y fe para superar el dilema de la modernidad. Ni una ni otra poseen la verdad. Y para colmo, la mayoría (Ilustración moderada) intenta apañarse como puede con ambas.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Antologías poéticas

Estos son los poemas que vamos a trabajar durante este primer trimestre en 2º de Bachillerato. Están organizados en tres breves antologías (Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y autores andaluces de la Generación del 27). Buen provecho y a henchir esas almas.