miércoles, 30 de noviembre de 2011

Solicitudes y peticiones

Imaginemos por un momento que hay una frutería al lado de mi casa. El frutero es atento, cordial (me llama vecino desde la primera vez que fui), tiene buena fruta, me la da a probar antes de comprarla, no me ofrece la verdura cuando no la estima buena aunque yo la necesite. Eso sí, la que no me recomienda sigue en las estanterías, ¿a quién se la venderá?… Pero hay un inconveniente: en mi barrio hay serios problemas de aparcamiento. Desde las ocho de la mañana no queda un hueco por cubrir y mi frutero, que lo sabe, siempre deja su camión, casi como almacén, justo al lado de la cochera de mi residencial, con lo cual dificulta la visibilidad para salir hacia la izquierda y, más de una vez, hemos tenido un susto.

Lo hemos animado verbalmente para que traslade su camión de sitio y lo ponga allí donde no limite la vista cuando salimos de nuestra cochera, pero él dice, con razón, que no está cometiendo ninguna ilegalidad y si lo traslada de sitio, o bien tapa la vista de su negocio o bien se aleja del mismo con el consiguiente engorro que ello le supone. Ante esta tesitura, quienes sufrimos su camión, hemos decidido realizar un escrito conjunto, firmarlo y hacérselo llegar por ver si la unión hace la fuerza.
¿Cómo  haríamos el escrito teniendo en cuenta que algunas personas casi se encuentran en proceso de abierta enemistad con el frutero? ¿Qué información debería incluir el documento? ¿Qué tono convendría darle: severo, conciliador, exigente, implorante, irónico?

A mi frutero le gusta acariciar las palabras (con frecuencia llega al manoseo) casi más que las frutas y las verduras. E incluso más que el peculio. Lo suyo es vocación palabrera. En unos largos, densos y a veces errados escritos que distribuye por las paredes de su local, se enorgullece de la calidad de sus productos y de su dedicación sin límite al servicio del vecindario. Por tanto, tenemos que cuidar la expresión si queremos torcer su voluntad.

Así pues, un grupo de damnificados nos reunimos en comisión con el fin de preparar la estrategia textual más oportuna. ¿Qué tal si empezamos con un Amigo frutero que muestre afecto y cercanía? Habrá, seguro, a quien le parezca excesivo, pero lo que queremos es no llevarnos sustos cuando salgamos de la cochera. Algún vecino rumboso, a quien el cuerpo le pide mucha ironía, comenta: “Por qué no empezamos: “Frutero de nuestras entrañas, cuando le vemos trajinar con el género, no podemos menos que pensar: qué blando con las lechugas, qué duro con las berenjenas…”

Está claro que no podemos utilizar un tono irónico, por más desahogo que nos produjera, pues así sólo  conseguiríamos alejarnos de nuestro propósito. Tampoco podemos excedernos en el halago ni en el afecto ya que no queremos ser malentendidos. Es precisamente esa inmoderada cercanía la que nos empacha cuando vamos a comprarle.

Una vez resuelto que el tono ha de ser cortés pero formal, hemos de empezar el escrito con una exposición de hechos. Aquí la discusión se centra en los detalles. Establecemos una relación de los perjuicios que nos ocasiona el aparcamiento del camión y una amplia retahíla de los casos en que hemos estado a punto de tener un disgusto. Lo primero para que se note que la solicitud no es producto de un capricho y lo segundo para dar más dramatismo y remover el corazón frutero. Aquí coincidimos en que hay que mencionar que la salida se produce en cuesta, con lo cual es más difícil prever una contingencia. Como elemento de fuerza hay que añadir que, con frecuencia, hay coches aparcados en doble fila frente a su frutería que aún dificultan más la visibilidad, en este caso hacia la derecha. Ya en faena, alguien se anima y propone recordarle al frutero que él mismo alienta para que se aparque en doble fila pues “es un momentito y no molesta”. Como no puede ser de otro modo, observamos que, con reproches, no vamos a llegar muy lejos.

Tras los hechos, tenemos que solicitar al frutero lo que tanto ansiamos. Pero no podemos decirle simplemente “cambie usted el camión de sitio”. Tenemos que adelantarnos y proponerle alternativas, cuál es el lugar que a todos conviene y a nadie estorba: en la misma acera junto a local que se alquila; justo frente a la frutería; a la vuelta de la esquina. Hay que sopesar los beneficios para él y para el vecindario. Siete metros de distancia con respecto a la ubicación actual no sobrecargarían el acarreo del género y, en cambio, las personas enconadas notarían otro brillo en sus peras.

Finalmente, nos queda agradecer su atención de manera afectuosa y empática, de tal manera que se note nuestra deseo de acuerdo (no olvidemos que estamos intentando que alguien cambie su voluntad y se ponga en nuestro lugar). Tiempo habrá para otras misivas más exigentes y conminatorias si no se aviene con nuestras necesidades.

Ahora toca ponerse a escribir negro sobre blanco todo lo acordado. ¿Quién se hará cargo? Las miradas al reloj y los soplos sorpresivos anticipan las huidas. Se acaba la reunión y me toca a mí intimar con mi imaginario frutero. ¿Quién me puede ayudar?

Según la primera acepción del diccionario de la R.A.E. solicitar es “pretender, pedir o buscar algo con diligencia y cuidado”. Aunque, si hoy en día nos referimos a una solicitud, parece que sólo nos estemos refiriendo al impreso llamado instancia que tiene formalizado cada organismo público. Este es un ejemplo, como señala Francisco Rico en un reciente artículo, de “cómo los lenguajes sectoriales colonizan la realidad” y nos dejan “a las buenas gentes de a pie (…) sin opinión y sin lengua”.
En nuestra vida diaria, también necesitamos, llegado el caso, realizar solicitudes, súplicas, demandas, reclamaciones,… a personas, empresas u organismos privados. Y tenemos que hacerlas como se dice del verbo “con diligencia y cuidado”. Pedir y que nos den es todo un arte discursivo que exige equilibrio para no pasarse ni quedarse corto. No hablamos ya sólo de reclamar, porque entonces los derechos priman y podemos permitirnos el lujo de tener menos tiento. Pensamos en casos como el del frutero o en otros como que el catalizador de nuestro coche o aún más grave, el árbol de levas, se haya roto justo un mes después de que se agotara el plazo de la garantía. ¿Qué podemos hacer? ¿Nos conformamos resignadamente con nuestra suerte o mejor nos ponemos en contacto con nuestro taller oficial para informar de lo sucedido con la intención de que nos puedan plantear alguna solución que al menos aminore el coste de la reparación? Con diligencia y cuidado quizá podamos conseguir que no nos cobren la mano de obra o nos reduzcan en un porcentaje el coste de las piezas. Incluso que nos traten como en periodo de garantía. Y eso, aunque pensemos que quién nos mandaría comprar semejante coche.

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