viernes, 11 de noviembre de 2011

El olvido que seremos

El descorazonador título de este libro responde a unos versos finales hallados en el bolsillo de un pantalón. Dos muertes centran el relato: la de Marta y la de Héctor Abad Gómez.
Esta mezcla de novela y biografía familiar cuenta, por sobre todo, el profundo amor que el hijo Héctor le tiene a su padre Héctor Abad Gómez: médico, profesor, defensor de Derechos Humanos y combatiente de desigualdades. Y aunque se narran hechos de cruenta y triste realidad, el adelantado ejemplo de la relación padre-hijo nos hace mejores personas.
Para mostrar la sencilla pero efectiva pedagogía paterna, valgan estos tres fragmentos casi iniciales:

Mi papá me dejaba hacer todo lo que yo quisiera. Decir todo es una exageración. No podía hacer porquerías como hurgarme la nariz o comer tierra; no podía pegarle a mi hermana menor ni-con-el-pétalo-de-una-rosa; no podía salir sin avisar que iba a salir, ni cruzar la calle sin mirar a los dos lados; tenía que ser más respetuoso con Emma y Teresa- o con cualquiera de las otras empleadas que tuvimos en aquellos años: Mariela, Rosa, Margarita- que con cualquier visita o pariente; tenía que bañarme todos los días, lavarme las manos antes y los dientes después de comer, y mantener las uñas limpias…Pero como yo era de una índole mansa, esas cosas elementales las aprendí muy rápido. A lo que me refiero con todo, por ejemplo, es a que yo podía coger sus libros o sus discos, sin restricciones, y tocar todas sus cosas (la brocha de afeitar, los pañuelos, el frasco de agua de colonia, el tocadiscos, la máquina de escribir, el bolígrafo) sin pedir permiso. Tampoco tenía que pedirlo plata. Él me lo había explicado así:

-Todo lo mío es tuyo. Ahí está mi cartera, coge lo que necesites. (…)

Cuando me doy cuenta de lo limitado que es mi talento para escribir (casi nunca consigo que las palabras suenen tan nítidas como están las ideas en el pensamiento; lo que hago me parece un balbuceo pobre y torpe al lado de lo que hubieran podido decir mis hermanas), recuerdo la confianza que mi papá tenía en mí. Entonces levanto los hombros y sigo adelante. Si a él le guastaban hasta mis renglones de garabatos, qué importa si lo que escribo no acaba de satisfacerme a mí. Crep que el único motivo por el que he sido capaz de seguir escribiendo todos estos años, y  de entregar mis escritos a la imprenta, es porque sé que mi papá hubiera gozado más que nadie al leer todas estas páginas mías que no alcanzó a leer. Que no leerá nunca. Es una de las paradojas más tristes de mi vida: casi todo lo que he escrito lo he escrito para alguien que no puede leerme, y este mismo libro no es otra cosa que la carta a una sombra. (…)

Mis amigos y mis compañeros se reían de mí por otra costumbre de mi casa que, sin embargo, esas burlas no pudieron extirpar. Cuando yo llegaba a la casa, mi papá, para saludarme, me abrazaba, me besaba, me decía un montón de frases cariñosas y además, al final, soltaba una carcajada. La primera vez que se rieron de mí por “ese saludo de mariquita y niño consentido”, yo no me esperaba semejante burla. Hasta ese instante yo estaba seguro de que esa era la forma normal y corriente en que todos los padres saludaban a sus hijos. Pues no, resulta que en Antioquia no era así. Un saludo entre machos, padre e hijo, tenía que ser distante, bronco y sin afecto aparente.
(…)

La ternura y la confianza son los ingredientes principales para que un hijo quiera a un padre.

Llama la atención en esta obra la sabia mezcla de felicidad y tristeza con que se cuenta la vida de una familia de clase media a la que la enfermedad y la violencia le roban la alegría de vivir. Asimismo, destaca la honestidad con que Faciolince muestra su alma herida y el valor con que denuncia cómo la sociedad colombiana, gobernada por la violencia paramilitar, devasta la vida de las personas.

El narrador nos mostrará la excepcional vida de su feliz familia, con el padre y su hermana Marta como personajes que centran la historia. Ambos irradian alegría y optimismo. Como cualquier persona tienen sus virtudes y sus defectos. El padre es muy cariñoso aunque no se hace cargo de las cuentas de la familia.  Marta tiene el don de la música pero es una alocada.   Un día, la desgracia (que se lleva el talento de Marta) y la perversión social (que amenaza y mata a su padre) asolan ese paraíso terrenal.

Y aunque el tono final es desalentador (“Los libros son(…) un intento desesperado por hacer un poco más perdurable lo que es irremediablemente finito”.) el narrador-autor sigue deseando que quepa la esperanza: “Y si mis recuerdos entran en armonía con algunos de ustedes, y si lo que yo he sentido (y dejaré de sentir) es comprensible e identificable con algo que ustedes también sienten o han sentido, entonces este olvido que seremos puede postergarse por un instante más, en el fugaz reverberar de sus neuronas, gracias a los ojos, pocos o muchos, que alguna vez se detengan en estas letras.”

Para quien lo leyó, este libro ya forma parte del recuerdo que somos.

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