martes, 9 de abril de 2013

Acceso de infancia

61 años, 7 meses, 22 días                                                     Sábado, 1 de junio de 1985

Al final de "Greystoke", el viejo lord, durante una fiesta de Navidad, se mata resbalando por la escalera del castillo, sentado en una gran bandeja de plata que le sirve de trineo. De niño, bajaba con esa misma bandeja los peldaños desde la nursery, pero ya no tiene edad para eso, ya no controla la trayectoria y se mata en una curva. Su cabeza choca con un pesado pilar de madera. Gran pesadumbre de Tarzán. (Y de Grégoire.) El viejo lord ha sido víctima de un ataque de infancia. Eso debió de sucederme ayer cuando, de pronto, he jugado a asustar al perro. El niño brinca en mí muy a menudo. Presume de mis fuerzas. Todos estamos sujetos a esos accesos de infancia. Incluso los de más edad. Hasta el fin, el niño reivindica su cuerpo. no cede. Intentos de reapropiación tan imprevisibles como incursiones. La energía que despliego en esos momentos es de otra época. Mona se asusta viéndome correr tras un autobús o trepar a los árboles para coger una pieza de fruta fuera de alcance. No me da miedo que lo hagas, sino que unos segundos antes no pensabas en hacerlo.

Diario de  un cuerpo, Daniel Pennac.

El, en esta ocasión, sexagenario protagonista de Diario de un cuerpo, a partir de la muerte del viejo lord en la película Greystoke, desentraña sus propios accesos de infancia, algo así como la preeminencia de la energía infantil  sobre el carácter adulto. Y yo, a partir de sus ejemplos, caigo en la cuenta de mis propios accesos. Mis fingidos refriegas con mis niños. Esas que empezamos y, ya sanguíneos y agotados, no sabemos terminar, hasta que llega mamá y nos saca aún más los colores, especialmente a mí ( "...y el padre, el más niño").

O ese otro acceso (un mero hápax corporal) en que, cercano a la meta, me adelanta una joven corredora y, sin pensar hacerlo, emerge el niño que la alcanza, la sobrepasa y reivindica su cuerpo. Energía herida.

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